Mientras la gran diva del cine francés Catherine Deneuve llega y no llega para presentar el cine de su descubridor, Jacques Demy (ya ha aplazado su cita donostiarra dos veces), parece que los caprichos de estrella este año han sido el único recorte positivo del festival.
Michael Fassbender, el actor más deseado del festival especialmente después de mostrar el tamaño de sus encantos en la película Shame, hizo aparición por fin a altas horas de la madrugada en San Sebastián, después de haber tomado como opción para llegar no el barco o el avión, sino la moto.
Desde Mickey Rourke en La ley de la calle y como si fuera el Marlon Brando de Salvaje, nunca una motocicleta había arrancado tantas hormonas al personal, que espera su llegada aunque su cinta ya ha quemado todas sus proyecciones en el Zinemaldia.
Otra que evitó el avión, que no es plato de su gusto, fue Julie Delpy que llegó con anécdota desde París, donde tomó el tren nocturno a Biarritz para llegar a presentar en San Sebastián su Le Skyalab.
En las primeras horas de la mañana, justificaba entre risas su cara de sueño porque un hombre había entrado en su compartimento por error y la confundió con su novia, llegando a tantear a oscuras la cama en la que la protagonista de Blanco dormía plácidamente. Puestos a equivocarse...
Glenn Close, otra de las grandes estrellas del festival con su Premio Donostia, anuló su reserva en uno de los mejores restaurantes donostiarras porque prefirió irse de pintxos como los donostiarras de pro. Estaba en San Sebastián poco tiempo y prefería mezclarse con sus gentes.
El jurado, en cambio, tiene tiempo para todo. Así, a Frances McDormand se la ha podido ver eligiendo los mejores melocotones en una frutería en las inmediaciones del Kursaal, mientras su compañera de deliberaciones Sophie Okonedo le sujetaba el paraguas, que en algo se tiene que notar que la actriz de “Fargo” es la presidenta del grupo que elegirá la Concha de Oro.
Pero para poder discutir sin que nadie les moleste, los miembros del jurado también van a Arzak, donde McDormand le requisó a Álex de la Iglesia el móvil para que dejara de twittear por una vez. En cuanto lo recuperó, él mismo contó a sus “followers” la anécdota.