Han transcurrido ya quince años desde que Brian de Palma llevara al cine la adaptación de la televisiva Misión Imposible. Su productor y protagonista, Tom Cruise, encontró en el personaje de Ethan Hunt un nuevo vehículo de lucimiento, pero, sobre todo, supo apreciar cómo De Palma abría un camino diferente desde el que sentar las bases del nuevo héroe de acción, después de más de una década dominada por el reinado de la testosterona a cargo de Stallone y Schwarzzenegger -siempre mejor asesorado el segundo que el primero-.
El objetivo, al final, siempre es el mismo: entretener y dar espectáculo, pero no la forma de alcanzarlo, y eso es lo que Cruise se ha propuesto a lo largo de una franquicia que estrena el 16 de diciembre su cuarta entrega, Protocolo fantasma, bajo la dirección de Brad Bird, el brillante responsable de Los invencibles y, especialmente, Ratatouille, que abandona la animación para enfrentarse a este nuevo y potente desafío -sobre todo, de cara a la taquilla-.
Cada película ha contado hasta ahora con un realizador diferente, pero ha sabido mantener las constantes de un inspirado pulso narrativo -tal vez no tanto las argumentales- en el que ha primado tanto la espectacularidad como la aceptación de un nuevo perfil para su protagonista: más sofisticado, más físico en el cuerpo a cuerpo, más agresivo, a la vez que más escrupuloso en sus hazañas, pero siempre sorprendente.
En el fondo, llega a la reinvención del héroe contemporáneo mediante la reinterpretación de uno de los grandes iconos cinematográficos y del género del siglo XX, el personaje de James Bond. Es más, la propia serie de 007 se ha retroalimentado en su actual y excelente etapa con Daniel Craig del nuevo perfil alentado por Cruise como Ethan Hunt y por Matt Damon como Jason Bourne, la otra figura preeminente en las constantes del mejor cine de acción de la última década.
Ni Casino Royale, ni Misión Imposible 3, ni El mito de Bourne, serán recordadas por sus explosiones, efectos especiales o bufonadas de sus protagonistas. Por supuesto que no renuncian a ello, pero lo más importante es que sí lo han hecho a dibujar personajes planos, sin aristas, ni otro perfil que el de sus biceps, a plantear lugares y situaciones comunes, o a establecer una burda distinción entre el bien y el mal. También es cierto que, en la comparación, la saga de Misión Imposible es la que puede salir peor parada -a fin de cuentas, el agente Hunt, pese a sus virtudes cinematográficas para con el género, no deja de encarnar al héroe populista y abanderado del Hollywood más panfletario-, pero el resultado final siempre ha estado muy por encima de las aspiraciones de cualquier otra cinta de acción rutinaria, desde el momento en que concibe el cine de acción como puro entretenimiento, pero desde un riguroso sentido del espectáculo en el que lo único que deja de ser serio son las campañas promocionales a las que nos tiene acostumbrados el propio Tom Cruise.