Las puestas en escena de políticos renunciando a la paga extraordinaria de Navidad como han tenido que ‘renunciar’ por la fuerza los funcionarios, no pasan de ser un detalle por parte de sus señorías, pero en modo alguno sirven de estímulo a los que padecen los recortes y ni siquiera de consuelo a los que no tienen la suerte de tener más paga que la del paro, aunque sea por ahora.
El gran problema de los politicos en estos momentos en los que la confianza sería su mayor aliada y el mayor activo del país, es precisamente que la confianza ciudadana en los dirigentes que fueron y que son está por los suelos y gestos del tipo que se están viendo en ayuntamientos y otros organismos públicos, lejos de contentar a la mayoría que no pertenece a la casta, la pone a cavilar sobre los privilegios de los electos (que no elegidos) y de los ‘elegidos’ para garantizarles el sustento amparados en el carnet en la boca y en el silencio debido a las siglas que les dan de comer.
La clase política, pues, tiene que empezar por desmantelar todo el régimen clientelista sin ningún tipo de reparos y ese clientelismo está en las empresas públicas y organismos autónomos, donde sólo basta recapitular y comprobar quiénes entraron por una puerta y quiénes por otra, requisito éste indispensable para que no paguen justos por pecadores.
Una vez que hayan adelgazado la tremenda nómina de sueldos y privilegios al alcance de sólo medio millón de personas, comenzarán a recuperar la confianza perdida, habida cuenta de que el anuncio del 30 por ciento de concejales menos no deja de ser un timo a tres años vista.
Con esa ingente cantidad de millones de euros que se ahorraría cada año, en poco tiempo no sería cuestión de renunciar a nada, y mucho menos quitarle a unos pocos lo que lejos de ser privilegios, es un derecho. Como dice Montoro, lo que no se puede mantener, es ineludiblemente prescindible. Pues eso.