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El Loco de la salina

Al doctor Juan García Cubillana

Simplemente lo que quiero decir es que me alegro. Que me alegro de que un humilde cañaílla reciba un merecido homenaje en vida

Publicado: 24/07/2022 ·
18:02
· Actualizado: 24/07/2022 · 18:04
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Este viernes pasado se le concedió al doctor Juan García Cubillana la Medalla de la Ciudad de San Fernando. Después de mucho papeleo, porque las cosas de palacio van tela de despacio y aquí más todavía, se llegó a señalar la fecha del viernes para la entrega de esta Medalla en el Real Teatro de las Cortes de La Isla. Y, aunque ya han pasado unos días, yo no podía mantenerme ajeno a tan grata noticia, a pesar de la escasa publicidad que se le ha dado a tan entrañable acto, al que hubiéramos acudido muchos cañaíllas.

Por eso, quería dejar aquí constancia de lo bien que le cae a este loco el doctor Cubillana. Si el doctor me cayera mal, tampoco diría que es un malaje y un antipático, sino que me callaría y no me tomaría la molestia de escribir estas líneas. Me parece una persona venerable y me encanta ver esa medio amable sonrisa que echa al aire las muchas veces que me lo encuentro y lo saludo por la calle; y eso que nunca he tenido la oportunidad de trabar amistad con él. Siempre acompañado por una o uno de sus numerosos hijos y nietos, y agarrado a sus firmes brazos, recorre con mucha tranquilidad y sosiego el trozo de la calle Real que le ha dado aliento a su vida, dejando aparte esas chiquitas obligatorias que reducen la medicina a mera especulación. Y el que lo dude, que le eche un vistazo a su fecha de nacimiento y verá cómo se encuentra a sus 92 años para envidia de los que hubieran dado la vida veinte veces por alargar un poquito los días que el destino tiene fijado para cada uno de los mortales.

He podido leer en el manicomio algo de su vida, de su actitud de servicio, de su responsabilidad y prontitud cuando se le requería en las urgencias sanitarias, en definitiva de su amor por todas las cosas de La Isla. Si me da por poner aquí la cantidad de méritos contraídos por el doctor Cubillana, necesitaría todas las páginas de este periódico, y el lector de este loco perdería también el juicio al ver tantos retazos de una vida tan fecunda. Quedan atrás aquellos lejanos años junto a Paco Barranco con la vista puesta en ser practicante, la explosión de Cádiz y la dureza de aquella experiencia… Después, el estudio y la lucha constante por abrirse paso en el mundo de la medicina, mientras su legión de hijos, nietos e incluso bisnietos iba aumentando a un ritmo de vértigo.

Pero no se trata de amontonar aquí vivencias y méritos, que los hay de sobra. La cosa que pretende este loco es mucho más sencilla. Simplemente lo que quiero decir es que me alegro. Que me alegro de que un humilde cañaílla reciba un merecido homenaje en vida. Y, si además ese cañaílla ha vivido su profesión para y por los niños, cualquier medalla se queda corta. Lástima que no se hubiera dedicado totalmente a la psiquiatría, porque, si me hubieran puesto en sus manos, seguramente yo no estaría encerrado en este manicomio y gozaría de la libertad y de la razón que cualquier loco añora.
Así, que le deseo al doctor Cubillana larga vida, mucho más larga todavía; que el impertinente tiempo siga sin hacerle mella; que disfrute de su querida Isla y que por muchos años pueda tomarse esa chiquita cotidiana que alegra el cuerpo y alarga la vida.

Y sobre todo, gracias por todo el corazón que siempre puso en su profesión en beneficio de los cañaíllas.

    

 

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