Sobre el polverío del Hontoria, enganches y caballistas que hacen suyos unos paseos huérfanos de pasos peatonales, gente que entra por la portada de la avenida con la prisa propia de quien tenía que haber fichado a las dos y media en una caseta que tiene todavía que encontrar, y otra a la que ya ha dado tiempo de comer y beber todo lo que la visa le permite. O sea, poco.
A las cuatro, a las cinco, a las seis... En las casetas no se cabe, en el Real casi que tampoco. El jueves propicia el encuentro sobre el albero de quienes empiezan a despedirse de la Feria y de aquellos otros que se venían resistiendo a pisar el González Hontoria.
El “espérame que estoy aparcando” deja de ser una frase socorrida con la que salir del paso para definir realmente el momento de la operación Jueves de Feria. El coche da vueltas y vueltas por la piscina cubierta a la espera de encontrar un hueco. En el Real, vuelta y revuelta. Ha terminado la cuarta y toca descanso. No hay una silla libre. A seguir bailando.
Una joven de rasgos orientales le cuela al niño una especie de espada yedai. Los cinco euros de vellón que se ha metido en la riñonera la hija de la gran china garantizan una ración de chocos en paz hasta que misteriosamente las luces del chisme se apagan para siempre, justo cuando la muchacha ha desaparecido por el Real confundida entre paseantes, caballos y algún mimo vestido de caoboy americano. Pilas adentro, pilas afuera. Botón arriba, botón abajo. La espada no va y los chocos se enfrían.
“Ya estoy entrando. ¿Dónde estáis?”. El coche se ha quedado más pallá de Merca 80 y aparcado de tal modo que sería presa fácil de la Policía Local. Pero era eso o volver a casa. “...En el Ikea”. En tres días, la caseta de los suecos se ha hecho tan clásica como la de Los pollitos. Nadie escapa a la curiosidad de comprobar si es cierto eso de que “donde caben dos, caben tres”. En la Feria, todo se magnifica. Donde caben dos, no caben tres, caben cien. Los dos módulos de la caseta están más aprovechados que un piso de 25 metros cuadrados.
Entre jarra y jarra de rebujito, quién más y quién menos echa un vistazo a las telas multicolores que sustituyen a los farolillos, al suelo tundra y a la mesa abatible de pared que da la bienvenida a la caseta.
El niño de la espada yedai quiere ir a los cacharritos..., y la Feria sin tranvía. Aquí tienen el Ayuntamiento y la Junta un recorrido alternativo para la línea 1 del tren de las narices: El Huerto, Holcim, Templete, Fangoria, La montaña del terror; con regreso a la avenida por El Ratón Vacilón, Soberano Poder, Comisiones Obreras, Las Angustias. ¿Desde cuándo no vienen a la Feria los que dicen todavía que el Real tiene las medidas justas?
“Gorosito, Gorosito, qué gitano se te ve, qué gitano se te ve, te pareces por mi mare, al Capullo de Jeré...”. Que si fulano pierde y entonces el otro empata, y así el de más allá tiene que ganar contra otro que tiene que perder y nosotros ganamos, y se da un triple o cuádruple empate, y entonces dependerá de los goles de no sé qué... Las matemáticas, la estadística, los cálculos de probabilidades, las cábalas y, sobre todo, los pálpitos del corazón, mantienen vivo al Xerez, que un año más se convierte en protagonista de la Feria.
El móvil no tiene ya ni saldo ni cobertura. Paquito El Chocolatero se toma un respiro y al González Hontoria apenas llegan ya los últimos rayos de sol de este jueves. Enganches y caballos han desaparecido. Las reuniones de las tres esperan al encendido del alumbrado mientras empieza a llegar el relevo. La Feria no descansa, ni lo va a hacer ya hasta la tarde de pasado mañana. Quién sabe si para entonces valen o no las cuentas de la lechera. Gorosito, Gorosito, qué gitano se te ve...