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Jerez

¿Qué pensaría Hemingway de la evolución de las zambombas?

La Inteligencia Artificial dice que la Navidad en Jerez es “una experiencia única y llena de alegría” gracias a un fenómeno que cada año atrae a más visitantes

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  • Zambomba en la plaza Plateros. -
  • Jerez se ha posicionado como referente internacional gracias a una celebración propia y genuina
  • Ahora, la ciudad debe tener capacidad para responder a este fenómeno

La Inteligencia Artificial sostiene que “la combinación de tradiciones culturales, eventos religiosos y la participación activa de la comunidad local hacen que la Navidad en Jerez sea una experiencia única y llena de alegría”.

Abunda además en que “las zambombas de Jerez suelen ser valoradas por su papel en las celebraciones navideñas y en la música flamenca” y en la idea de que al visitante le llama la atención “la habilitad de los músicos que tocan la zambomba”, mientras que por regla general también destacan “la alegría y la atmósfera” que se llega a crear en estas celebraciones, que cuentan “con la participación activa de la comunidad”.

Y es que la impresión que tiene la Inteligencia Artificial es que las zambombas “son reuniones informales donde la gente se reúne para disfrutar de la música, compartir villancicos y celebrar la temporada”. Jerez, por lo demás, ha pasado ya a ser “conocida por sus celebraciones navideñas”, que se califican como “vibrantes y tradicionales”.

Si prueba a escribir la palabra ‘zambombas’ en el buscador más universal (Google) observará que el primer sitio web recomendado es jerez.es, que es la página oficial del Ayuntamiento de Jerez. Luego aparecen una serie de preguntas del tipo ¿qué días son las zambombas de Jerez? o ¿qué es una zambomba de Jerez?, enlaces a Youtube con vídeos de zambombas y cuatro listados de zambombas. Todo ello mucho antes de que aparezcan los gigantes Amazon y Wikipedia, pero ya haciendo referencia al instrumento musical.

Sin pretenderlo, Jerez se ha posicionado como un referente internacional gracias a unas celebraciones propias y genuinas que han logrado sobrevivir al paso de los tiempos a fuerza de reinventarse continuamente y adaptarse a la demanda social, que se quiera o no es la que dicta sentencia. Es probable que con el devenir de esos tiempos se haya perdido buena parte de la esencia del fenómeno de las zambombas, pero también lo es que la sociedad actual se parece bastante poco a la de hace 50 ó 100 años.

En este 2023 a punto ya de finalizar se han cumplido cien años de la primera visita de Hemingway a San Fermín, que sin duda es una de las fiestas españolas más universales. Apenas tenía 24 años. Se cuenta que tras una primera etapa regresó en 1953, ya bastante más maduro. Encontró entonces una Pamplona con mucha más gente y turistas y aquello ya no le gustó tanto, pero aceptó los cambios y concluyó afirmando que la fiesta seguía siendo “igual de buena” que la que conoció en su juventud. De ese San Fermín “con más gente y más turistas” han pasado ya la friolera de setenta años. ¿Qué pensaría hoy Hemingway?

Las zambombas de Jerez no son ya lo que eran, pero tampoco lo es San Fermín, ni el Carnaval, ni las ferias, ni el Rocío, ni la Semana Santa… Y no son lo que eran porque Jerez y el mundo no son tampoco los que eran el siglo pasado y fundamentalmente porque hoy día todo pasa por el tamiz de la globalización. 

Un éxito que necesita cierto orden

Partiendo de esa base conviene hacer ciertas consideraciones. Casi por generación espontánea, Jerez se ha encontrado con un fenómeno cultural, económico y social de primer orden, cuanto menos equiparable a sus grandes eventos tradicionales (Semana Santa, Gran Premio y Feria del Caballo).

Al éxito contribuyen varios factores, entre los que se encuentran la singularidad y el hecho de que diciembre sea un mes huérfano de fiestas populares. De entrada, lo que se vive en Jerez desde finales de noviembre -guste más o menos- no se repite en ningún otro lugar de España y eso tiene un valor indiscutible. Son semanas además con festivos y puentes, a los que hay que sumar aquellas libranzas que mucha gente reserva por si acaso y que consume antes del 31 de diciembre para no perderlas. Y no hay ferias, romerías ni otras fiestas de guardar que hagan competencia más allá de la espectacularidad de determinados alumbrados que justifican una excursión.

Basta recorrer calles y plazas para percatarse de que la gran mayoría de las personas que pasea por ellas y disfruta de esta revisión de la zambomba tradicional es de origen foráneo. Además -y al igual que ocurrió en su día con el Mundial de Motociclismo- suele ser gente que no se conforma con repetir sino que lo hace acompañada de amigos y familiares. El boca a boca -como casi siempre- está funcionando en este caso mucho mejor que la publicidad institucional. Pero ese público foráneo no se ha adueñado únicamente de calles y plazas.

También empieza a ser mayoritario en las zambombas de interior, en las que organizan incluso las peñas flamencas de mayor renombre. Se sabe las letras de las coplas más tradicionales y las canta fundamentalmente porque ha asumido como propio los conceptos que sostiene la Inteligencia Artificial. Llegan de casa con la primera lección aprendida: a la zambomba no se va a mirar, sino a participar de la manera más activa posible.

Ahora es la ciudad la que debe tener capacidad para responder a este fenómeno, que como tal genera las molestias e incomodidades propias de cualquier evento multitudinario. En los últimos años se ha empezado a trabajar en este sentido, pero cunde la sensación de que siempre se va por detrás de la envergadura de un acontecimiento cuyo devenir inmediato sigue siendo a día de hoy imprevisible. Hasta ahora se tenía más o menos claro cómo organizar los dispositivos de seguridad, tráfico y limpieza de los grandes eventos tradicionales, pero controlar el fenómeno de la zambomba se antoja más complicado aún por su prolongación en el tiempo y su expansión a todos los rincones de la ciudad.

Inmersos en debates sobre el purismo ya perdido de la fiesta y el pragmatismo de una ciudad necesitada de inyecciones económicas, cobra sentido reflexionar también sobre el escritor norteamericano que universalizó a Pamplona y sus sanfermines. ¿Qué hubiera pensado Hemingway de las zambombas de los patios de vecinos de haberlas conocido y qué pensaría de las actuales? ¿Seguiría considerándola una fiesta “igual de buena” a pesar de su indudable evolución?

Cuando Hemingway recibió el Nobel de Literatura en 1954 admitió que otros escritores lo hubieran merecido quizá más que él, pero que el dinero sería bien recibido. Pues igual ahí está la respuesta a esas preguntas que nunca se le pudieron hacer.

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