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Jerez

Guy Ritchie nunca decepciona, en 'El ministerio de la guerra sucia', tampoco

La clave de buena parte del cine del autor de ‘The Gentlemen’ reside más en el tono que en el estilo, pero le basta para cumplir con el objetivo de entretener

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Guy Ritchie, a quien conocimos primero como marido de Madonna que como director de cine -pagó el peaje con la lamentable Barridos por la marea-, se ha labrado una interesante carrera como cineasta a partir de una pródiga lista de cintas de acción que le han convertido en una especie de artesano del género, aunque, por cierta deriva de algunos de sus recientes trabajos habría que plantearse si lo que, desde Lock and Stock hasta Rocknrolla y The Gentlemen, podía calificarse como estilo propio, se ha visto reducido al tono, a meras consignas narrativas que, en cualquier caso, cumplen con el objetivo de su cine: entretener a base de golpes, disparos, explosiones y toques de humor, dentro de la mejor tradición de las cintas de sesión doble, incluso con aire a serie B, pero, sobre todo, sin artificios digitales ni montajes alocados y precipitados en los que cuesta seguir lo que sucede en la pantalla.

El tipo, que siempre tira “para casa”, rinde en El ministerio de la guerra sucia una especie de homenaje a una división especial británica que había permanecido en secreto hasta hace unos años y que desempeñó una valiosa contribución a la derrota de la Alemania nazi de Hitler en la Segunda Guerra Mundial con métodos poco ortodoxos -¿acaso hay guerras que no lo admitan?-.

Bajo el amparo personal de Winston Churchill y, entre otros, de Ian Fleming -miembro entonces de la Armada y posterior creador de James Bond-, Ritchie convierte en pura diversión la principal hazaña de sus integrantes, entre los que se encontraban militares y mercenarios, e incluso la actriz Marjorie Stewart, que hizo las veces de espía. En este sentido, la película antepone la espectacularidad y el ritmo de la acción a la verosimilitud histórica de algunos de los hechos, y, evidentemente, ficciona en favor del público para acrecentar los atractivos de la cinta -la actriz mexicana Eiza González, dando vida a Marjorie Stewart, establece uno de los marcos referenciales-, lo que no deja de ser un acierto dentro de las legítimas aspiraciones de buena parte de la filmografía del autor de los Sherlock Holmes con Robert Downey Jr.

No sólo son legítimas, sino que contribuyen a la conexión intergeneracional del público, en cuanto que espectadores de un tipo de cine que responde a la esencia del entretenimiento sin tener por qué aspirar a la gloria de la crítica o los premios.

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