Ay, las
redes sociales. Esas que
crean la fantasía de la inmediatez y la proximidad. Pero quién somos para la persona que nos lee, nos ve… apenas un instante en la línea vertiginosa del tiempo en esas redes que nos atrapan.
Y, de repente, a veces sin un orden preciso,
surgen chispas y trabazones. Una foto de un
derrumbe. Vislumbro unos azulejos de un Cristo, quizá una barra a la derecha. Me paro. Ahí es donde las conexiones se activan y me sumerjo un poco más para darme cuenta de que
entre los escombros surge una luz. Recuerdos, sensaciones compartidas,
emociones que se entrelazan con las
vivencias más íntimas.
“
Donde un día fuimos felices, y Sevilla se nos va......que decía la sevillana. De los mejores tiradores del 41003”.
“Oooooh...
El consulado gitano lebrijano en la República de Serva La Bari”. La cava del arrabal trianero y Lebrija y las noches sin fin, y el jaleo y el aje, y el revuelo hasta que salga el oripandó y
pa casa. Y la alegría.
“Brutal, vaya puñalada, me acabas de dar... viví unos años maravillosos en la calle Espada y el
embrujo que tenía ese bar... Qué pena”.
José Vega de los Reyes, de nombre sonoro, lo exclama al viento. Ese que nos llega con su sentimiento y su dolor: “Hoy me han hecho llegar esta foto.
Duele en el alma ver cómo los lugares de la infancia se van con una ciudad que ya me cuesta reconocer”.
A la misma vez
un grito de esperanza. No morimos hasta que la última persona que nos recuerda lo hace. Los lugares como
El Uno de San Román se agitan aún con la vitalidad de nuestras experiencias. Tanto que en la frase “n
o está muy de moda reconocer lugares efímeros que ya ni siquiera están, pero la distinción del
Caracol de Oro 2022 ha sido para el Uno de San Román, para
el bar del Paula, como lo conocimos muchos” se siente un
orgullo humilde, un grito silencioso, una reivindicación con calma.
Se dio que en una
Caracolá flamenca lebrijana de hace más de treinta años me acerqué un poco más al flamenco. Uno de esos pasos decisivos.
Una serendipia. O quizá no. Con una cinta del
Camarón, mangada en Ecoprix mediados los años ochenta, porque
mi amigo Mateo me dijo que eso era un disparate y que tenía que escuchar a ese hombre, empezó mi enamoramiento. Yo casi ni sabía que ese hombre de La Isla existía. Poco después vaya que si escuché la cinta. Y a ese festival fuimos porque
El Lebrijano nos tenía embelesados. Como
José Mercé, como
Enrique Morente… aproximándome al flamenco. Y hoy leo en Twitter de boca de José Vega que “
El Paula fue templo sagrado del cante, del baile y de los Gitanos de Sevilla”.
Me lo perdí, pero hoy doy gracias porque
seré otro más que impida que El Paula muera.
Un tertuliano en la red se lamenta: “
De San Román sólo nos queda el nombre”. Se nota la tristeza en este texto sin voz ni emoticonos y, al mismo tiempo, cristalino.
José le da la réplica: “
Y los recuerdos, con suerte. Somos la última generación que lo conoció o lo que es lo mismo: los niños de hoy no han conocido
el embrujo y el sello del barrio de San Román. Así como tantos otros de los que queda eso, el nombre y ya está”.
“
Mis recuerdos de la infancia y los de la adolescencia están ahí. Allí he escuchado a los viejos hablar de Hermandad hasta las tantas. Allí he gozado de muchas juergas de las que ya no vuelven. Los viernes de todo el año y el primer jueves de los que relucen más que el sol”.
“Paula y María lo han regentado con la gitanería que les caracteriza. No habré comido unos rollitos iguales en mi vida. Recuerdo aquel famoso cartel con un nazareno de los Gitanos que, con tiza rezaba:
Faltan YA días para la Madrugá. Enhorabuena a este matrimonio maravilloso”.
Y yo escucho a José, ahora sí, cerca, a pesar de que las redes tantas veces enredan
pa na.
Ahora sí escucho su voz limpia y me llega con la fuerza de su sentir.
En ese diálogo virtual, que se me antoja
podría darse mil veces en la barra de una taberna, borrando con el codo, sin querer, alguna cuenta de cañas y vinos marcada con tiza, revolviendo sin sentido el serrín con la punta del zapato, aparecen más tertulianos.
“Qué pena, coño, cuántos ratos de juventud con María y Paula, con la
solera de su barra y su ambiente de hermandad”.
“Estudié la secundaria en el
Santa Luisa de Marillac, en la calle Socorro. Esperaba ahí a mi madre todos los días a la salida del cole”.
“Qué pena. Qué nostalgia me invade. Qué de recuerdos, sobre todo los de la
mañana del Jueves Santo previa a la maravillosa Madrugá. Después de hacer la tradicional ruta visitando todos los templos de las hermandades del Jueves Santo y la Madrugá
acabábamos toda la familia allí”.
“Punto de encuentro también para gente de otras hermandades del barrio como la
Sagrada Mortaja. Se echa de menos la
carne en salsa, difícil de evitar los viernes de Cuaresma. O las ineludibles
almendras fritas”.
No me diga
usté que no le resuena, que no
parece un diálogo de hoy y de mañana. Las palmas dando brío a las palabras. El barrio cantando que aquí sigue. Y al mediodía, cuando vaya con mi mente al bar de Paula, aunque mi cuerpo habite el Vizcaíno, o la bodega Soto, o la taberna Azahar...
yo cerraré los ojos escuchando a mi gente y, por un rato, estaré en San Román.
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Las fotos son de Antonio Pérez salvo la de Fernanda de Utrera (instantánea tomada por el fotógrafo alemán Robert Klein en el año 1981 y cedida para su publicación a LebrijaFlamenca.com por parte del archivo Flamenco Project del Ayuntamiento de Morón de la Frontera).