Hay que remontarse ochenta años atrás para encontrar una circunstancia similar a la que se ha vivido esta Semana Santa en Sevilla, aunque entonces fueran motivos políticos los que obligaron a dejar en casa a casi todas las cofradías y a obligar a vivir un Jueves, Madrugada y Viernes Santo tan vacíos como los de este año.
Este 2011, ha sido la lluvia la encargada de robar ese tesoro mayor de la Semana Santa sin el que parece que todo lo demás no haya existido, por mucho y bueno que se hubiera vivido los (pocos) días en los que sí ha habido cofradías en la calle. Una Semana Santa ‘exprés’, descafeinada, ‘light’. O peor aún: una Semana Santa desconcertante de la que parece no haber otro recuerdo más que el del hueco que ha dejado lo que no hubo ni se vio.
Pese a todo, la segunda mitad de la Semana Santa deja datos, sensaciones e impresiones que van más allá del desasosiego y la zozobra. El mal tiempo no impidió que las calles estuvieran tomadas por una multitud que da buena cuenta del esplendor de público del que podrían haber gozado las jornadas centrales de la Semana Santa en caso de haber sido como debían.
La tranquilidad se adueñó de los días ‘normales’ de este 2011. Un Domingo de Ramos sin excesos ni bullas exageradas y un Lunes y Miércoles santos pletóricos de público. El centro durante estos días sigue siendo una suerte de crisol en el que se funden todos los estratos posibles de público que salen a ver cofradías.
Pero el comportamiento generalizado sigue siendo la gran asignatura pendiente de la Semana Santa. Nadie puede explicarse que jóvenes o mayores -da igual su procedencia y la vestimenta que los delate- sentados en las famosas ‘sillitas’ se adueñen de la calle sin permitir el paso a quienes educadamente lo piden, respondiendo con un descaro que ni siquiera respeta a la cofradía -nazarenos e imágenes- que pasa ante ellos.
Detalles
A esa Semana Santa de las ‘malas maneras’ le siguen ganado los detalles de imperturbable elegancia que nos regalaron los días en los que salieron cofradías. Domingo de Ramos, Lunes -a excepción del Polígono de San Pablo- y Miércoles santos fueron días que deben valorarse como un regalo para quienes los vivieran en plenitud antes de la zozobra final.
Sin importar los siglos o las décadas que las separen, la Paz, la Amargura, Santa Genoveva, las Penas, Santa Marta o San Bernardo siguen siendo prodigios intachables de lo mejor que aún le queda a la Semana Santa. En lo extraordinario, la intachable estampa del Rocío volviendo por los jardines de Murillo dejó sin argumentos a quienes pronosticaron una vuelta desmedida de la cofradía. Y la Vera Cruz se ha convertido en una cofradía que, año a año, se hace justicia a sí misma y a su historia.
En la obligada mención al capítulo musical, la banda del Maestro Tejera volvió a demostrar que está aparte -o por encima, según se mire- de todo lo que pueda sonar en la Semana Santa. El repertorio con el que acompañó a la Virgen de los Dolores de San Vicente bastaría para justificarlo. En cornetas, ‘Esencia’ ha sido la sorpresa después de su estreno tras las Siete Palabras. Sobresalieron, como siempre, los clásicos: el Sol con la Borriquita, la Centuria con el Buen Fin, las Cigarreras con San Gonzalo, y las Tres Caídas tras el Desprecio de Herodes. Por contra, la Presentación de Dos Hermanas sigue dejando esa desigual sensación en el público por la heterodoxia de su repertorio. En las agrupaciones, también se oyeron ‘cosas’ que ponen en solfa lo poco oportuno de estas formaciones acompañando a algunos pasos.
En el exorno de los pasos, más que lo estático o lo acostumbrado, triunfó el buen gusto. Qué más da que fueran los jacintos de Santa Marta que los lirios del Cristo de la Sed, las flores como de seda de la Virgen de las Aguas o las rosas ‘beige’ de la Virgen de la Palma. Pero quienes lo vieron, cuentan que lo mejor se quedó sin salir: otro año más, el monte del Cristo de la Fundación iba a ser un ejemplo de elegante originalidad .
También se han superado ciertos ‘excesos’ en el atavío de las dolorosas. Baste como muestra ver la exquisitez con la que Antonio Bejarano atavió a la Virgen de las Angustias de los Gitanos; o la Virgen del Buen Fin, ‘redescubierta’ en la Lanzada por Vicente Martín.
Para el recuerdo de esta Semana Santa se quedan las emociones que pudieron sentir las hermanas de la Quinta Angustia, el Silencio y el Santo Entierro al vestir su túnica nazarena por primera vez. Aún les queda por saborear en plenitud el estreno en cofradía, pero poco importa esperar un año más después de todo este tiempo. Al fin y al cabo, como siempre sucede, a lo bueno le gusta hacerse esperar. Después de una Semana Santa ‘en blanco’, ya sólo quedan 342 días.