FLAMENCO: LA LUCHA Y LA GLORIA.
En tiempos de Franco la copla era la sintonía oficial. Y el flamenco el de los inconformistas, los protestones y los rebeldes. Son generalizaciones que han creado un imaginario colectivo con sus consecuencias. Pepe, cuando le tocó, y ya lo hemos contado, miró más hacia la taberna. No había color cuando el flamenco era mirado de soslayo, como un reflejo de la incultura que el pueblo indisciplinado tomaba como bandera. Ahí no había donde rascar.
Fue Federico García Lorca el que dijo que la profesionalización del flamenco arrasaría con la autenticidad, con la pureza y el encanto. Años 30 y seguro que era una visión tan certera como romántica. El cante espontáneo en la taberna es algo mágico que, ojalá, no estuviera a punto de desaparecer. Pero las fiestas privadas en las casas de los señoritos o en los cuartos de cabales no eran sino un primer paso para dignificar un oficio tan lleno de luces como de sombras. Los tablaos, la afición que arraiga no sólo en los del lugar sino, con fuerza, entre turistas y viajeros. Todo ello hace que el flamenco salga de las catacumbas.
Cuenta Álvaro que la política, como en la época de la dictadura, también se adueña del mercado artístico. Que tú sí y que tú no. Porque lo digo yo. Cancelación de artistas y tráfico de influencias. Lo normal, que no lo deseable. Lo de siempre que debería ser lo de nunca. El pastel, limitado, se repartía entre unos pocos que eran los que estaban en todos los saraos que los dineros públicos alimentaban. Un núcleo cerrado “declaradamente afín a unos ideales políticos”. Había calidad y mucha, pero quedaban fueran otros tantos de los buenos. “Los flamencos se miraban unos a otros y decían buh, contra menos, más. Contra menos seamos…”. Guerra abierta.
Sólo tiene buenas palabras para Jesús Antonio Pulpón (7). Representante artístico de muchos cantaores, bailaores y humoristas andaluces desde los años 40, consiguió un reparto más equitativo. Había diferentes cachés, lógicamente, pero también hueco y posibilidades de ganarse la vida para muchos. “Era un señor que yo creo que es el que dignificó verdaderamente el flamenco. Con él comía todo el mundo”.
“Yo soy aficionado al flamenco. Yo no sé cantar, pero me gusta. Y el flamenco lo suyo es escucharlo, no meterte en su mundo. O, por lo menos, el mundo flamenco que yo he conocío. No hay que decí nombres ni na”.
COSAS QUE PASAN Y OTRAS QUE PASARON.
En Sevilla los debates sobre la ciudad son una gran pasión que no desfallece, que no cede al desaliento. Tormentosa y agitada. Llena de agudeza y, por qué no, de mala leche. Uno de ellos, bien intenso, gira acerca del rumbo que el turismo que se acerca a visitarnos está tomando. Si desnaturaliza e invade, robando la autenticidad y la sevillanía de cada rincón tradicional de la ciudad. O si es un recurso del que hay que disfrutar. Seguramente en los términos medios hallemos la virtud.
Álvaro acoge a tours operadores en su taberna. Turnos cortitos. “Vienen en dos grupos, están media horita, no más, pom, pom, pom. Pa nosotros eso es... una maravilla. Dicen noooo, los guiris… ah, como tú quieras. No dan guerra, no molestan, no protestan, no… son igual que nosotros, los hosteleros. Que lo que hacemos es adaptarnos a las circunstancias y los tiempos. ¿Los guiris? Nosotros somos guiris cuando vamos a otros sitios. El de aquí no, el de aquí protesta porque hay que ver, porque ahora no se puede beber, porque ahora se cierran los bares antes… El otro día me dijo uno ¿Por qué no os ponéis en huelga?Ponerse en huelga ustedes. Si los que estáis jodidos sois ustedes. Nosotros lo que hacemos es adaptarnos. Que vendemos menos, subimos los precios. Que eso es una putada ¡protestad! Protestad ustedes, no nosotros. Por qué voy a protestar yo ¿a mí me va mal? ¿tú me has visto…? Y, además, yo se lo dije: no preocuparse por los taberneros, que si hay alguien que sabe so-bre-vi-vir (y acompaña el silabeo con rítmicos golpes sobre la madera) son los taberneros”.
Otro es el de las prisas inmisericordes que nos tienen bien cogidos por… por la moral.
“Hay una enfermedad, que es la que me está pasando ahora mismo contigo, que es ya no hay tiempo para nada”. Álvaro acomete estas palabras con el gesto un poco torcido. Hasta respirar se convierte en un acto heroico y a la desesperada. El móvil se entromete por doquier, la moto casi arrancada para llegar, sorteando la vida para llegar a donde… espera, para ¿a qué venía yo? Suena a exageración y cada vez más nos vemos en estas.
“Antiguamente llegaban las gentes de Madrid ¡estáis locos! La gente corriendo, bajando ¡a Madrid no se puede ir!” Ahora Sevilla es Madrid.
Amarga el gusto saber que estamos atrapados y atenazados por este mal moderno. Hay manifiestos por la slowfood, la slowfashion, la slowway of life. Lo primero: correr como alma que lleva el diablo a La Botica de lectores, donde Reguera estuvo 50 años, a por un diccionario de inglés.
Amarga porque la vida te interrumpe para que no saborees la vida, la de ese mismo momento. Un lío. El presente pisoteado por lo que va a venir y a dónde tengo que ir y con quién me tengo que ver.
Ríos de tinta y saliva se gastan si se trata sobre la pervivencia de modos tradicionales de relacionarse en la Sevilla popular, de calle y taberna, de mercado y colmado.
“Como desía La Estrellita. Resitaba una poesía la mariquita”:
Las que quierancriticá
Que se den la media vuelta
Que en toas las casas
Hay un cuadro daleao”
“Un mariquita de arte. Ese clavó…”, lo que son las casualidades, “cantando hiso así y clavó el sapato en el techo de escayola. Era gris pa que el humo del tabaco no se notara. Mi padre quería matá al mariquita ¡Te va cargá el bar! y cuando quitó el sapato se abrió el agujero y vio mi padre ¡aquí hay unas vigas!”. Un cliente, un ateese manitas, las dejó nique. Hasta hoy, que siguen luciendo cuarenta años después de haber visto la luz”.
“Es una pena. Es-una-pena. Ya no hay tiempo, ya no hay grasia. Me llevé un año escribiendo artículos en el Correo de Andalucía… y hay uno que desía que el piropo a la mujer se ha perdío. Porque se ha perdío. Ya no hay ninguna mujer que sepa captar lo que es un piropo, una cosa muy bonita… como se ha dejao en desuso, entonces, lo entiende como una grosería. Y la cosa esta pa… ¿Qué pasa? Ni ya nadie sabe decir un piropo, ni nadie sabe captar lo que verdaderamente es un piropo”.
“¿Qué pasa con el arte? El arte es muy difícil. Pemán desía que lo más importante para que se dé el arte, en el flamenco, por ejemplo, un buen cantaor, un buen guitarrista. Todo muy bueno. Pero lo más, lo más importante alguien que sepa captar el arte. Si no…”.
“Hoy día tú dise una grasia detrás de un mostrador… mira, ya no se puede hablar de fútbol. Antes se hablaba y no pasaba na. Ya no se puede hablar de política, porque termina la cosa… No se puede”. Tiene que haber complicidad entre todos porque “como haya una persona y se meta por medio… oye, tú porque le has dicho cabrón a este señor, que este señor está trabajando. Tú te imaginas que ahora uno llega oye, ¿usté así trata a los clientes? ¿desirle vete a mamarla a este que es un cliente? ¡Usté qué sabe! Me quiere dejar ya usté en paz. ¿No está viendo que esto es una simbiosis?” ¿Te quieres ir a mamarla?, ¡eh, tú, flojo! No follas tú poco, tú te clavas menos que… cabrón, hijoputa… Suena fuerte, si no sabes de qué va. Va de cariño y de saber que así también se transmite, si compartimos los códigos. Si hacemos el esfuerzo de convivir con lo diferente, aunque no lo entendamos. Nos choca y chocamos, sin un respiro para parar. Andar con pies de plomo se hace muy pesado. Y empeñarse en ver la paja en el ojo ajeno más cansado todavía. La espontaneidad muere.
Hasta para hacerse una foto hay que tener cuidado. “Yo veía a los guiris que pedían permiso pa echar la foto y yo no lo entendía. Ahora lo entiendo”.
Cuando las artistas asomaban por Quitapesares, Pepe les hacía los honores. En ocasiones no hablamos de un arte excelso ni ortodoxo. Era un sacar de quicio las cosas, explorar en los límites de la caricatura. Gente humilde que explotaba una vis cómica para entretener a sus semejantes. Algunos veían humor, otros el ridículo. Y otros el derecho a ganarse la vida por caminos alternativos. Pepe entendía que sus hipérboles eran el lógico preámbulo para esas actuaciones irreales y valleinclanescas. Un rasgado de guitarra que chirriaba, una voz poco agraciada, letras que se perdían por el camino.
En Quitapesares o en su barrio. En Chipiona o en Puntumbría.Pantojita de Triana se ganaba el cariño porque hacía de la vergüenza un bien del que prescindir con desenfado. Fallecido Pepe Peregil, Álvaro recibió la petición de ella para que oficiara de presentador, recuperando el estilo paterno. “¿Hay alguien que padezca del corazón? Se tiene que salir de la sala porque esto que va a escuchar es lo más grande del mundo y puede causar unos sentimientos… y me llegó a desí, un gachó que estaba aquí, oye, por qué te metes con esa señora. Es que os estáis riendo todos de una mujer mayor… No, usté no sabe de qué va la película. Esta mujer ahora te va a pasar el platillo… Te quedas… aro, también tú dise, illo ¡puede que lleve razón! ¡los tiempos van avanzando!”. En esas conclusiones e interrogantes Álvaro se remueve. “Yo no la volví a presentá ma”. Un cuchillo corta la historia.
Buscando aclarar la mente se buscan referencias con las que despejar dudas o dejarlas eternamente en el aire. Sobre el vermú están los acérrimos del sifón. Álvaro tiene agua con gas. “¿Tú sabes lo que es el sifón? El sifón es agua del grifo y ahora le metes una presión. Y el agua con gas es agua mineral ¡naturá! … ¡No todo lo antiguo es lo mejor!... son cosas que hay que e-vo-lu-sio-ná”.
Son debates imposibles en los que sólo cabe andar pa´lante, o hacia donde sea, pero sin pisar a nadie. Una de cal y otra de arena.
- ¿Me pone usté un vermú?
- Sí.
- Pero que sea de bodega.
- No, lo he comprao en una ferretería. ¿De dónde va a ser, caraho?
- No, pero usté me entiende…
Me recuerda a mí, en una panadería de San Bartolomé de la Torre, pidiendo pan que fuera de pueblo… “Aquí todo el pan es de pueblo”. La sonrisita de propina me dejó con las patas colgando.
“Yo soy muy bético, pero mira la grasia que tuvo el hermano mayor de La Macarena: hombre, estamos ante la institusión más grande en número. Está el Betis, están los otros y está La Macarena. Lo querían matar, lo querían… Illooo, si eso es una grasia. Claro, como tú eres bético… ¡Bueno, tío, si hubiera sido al revés también!”
Volviendo a lo irrepetible de ese pasado mágico, Álvaro habla de los impuestos “Mi padre con una taberna dejó un patrimonio. Patrimonio que yo no tengo ni voy a tener en mi vida. Yo tengo veintidós trabajadores. Eso es imposible. Los controles horarios de los trabajadores, lo cual me parese muy bien. Pero, claro, yo no puedo tener abierto el bar a las dos de la mañana. No porque no me lo permita la lisensia ni la ley ni na, sino porque el trabajador te diseillo, yo trabajo mis cuarenta horas. Y tú le dises quédate que te voy a da… tú no te meta en na, Álvaro. Tú me pagas a mí a final de mes y ya, más horas no. En Semana Santa, vale… diariamente no”.
Al final el toro también le coge a él si se despista. Tiene que correr al burladero. “Tengo que ir, tengo que hasé… me va a matá, me va amatá mi mujé, aaaah. Voy a intentáhasé las cosas”. Aun un ratito más, porque…
…LA PENÚLTIMA Y NOS VAMOS.
En la taberna Quitapesares sigue sobrevolando el recuerdo del cercano y cordial Pepe Perejil. En sus paredes se perpetúa un pequeño museo en su memoria. Pleno de cariño y respeto.
Me quedo de cháchara con Joaquín e Isabel, un matrimonio que derrocha simpatía sólo con las chispas en sus ojos. Los recuerdos son dulces y eso alimenta la alegría, con una pizca de estremecimiento. Dice Álvaro que están más cerca de la generación de su padre. No mucho. En todo caso Joaquín puntualiza, porque cada cosa en su sitio: “de la misma… degeneración”. Y se ríen mientras hacen como si de nuevo vivieran cómo eran aquellos fines de año asincrónicos.
No para de sonar música que da alegría. Me despido sonando el trianero El Bari, con su Chica Salvajeque se va an ca Macario pa ver el telediario. Qué buen rollo me da.
“La frase peor que ha habido en la hostelería de Sevilla, ¡para nosotros!, era la penúltima y nos vamos. Yo digo que yo le contaré a mis nietos que cuando empecé a trabajar en el bar yo entraba, pero no sabía a qué hora salía. Y mis nietos me dirán eso cómo va a ser, abuelo, tú estás.... Eso era una crueldad para nosotros, eh. Que mi padre salía de aquí a las cinco la mañana. Y además señores,¡a las dos y media, tres!, vámonos y vámonos y vámonos… Bueno, mi padre desía señores, distinguida clientela, con la amabilidad que os caracterisa, ¿os podéis ir a haser puñetas?”.
Joaquín añade cómo, dijera lo que dijera Pepe, nadie se podía sentir ofendido. Hay que tener estilo hasta para mandar al caraho a alguien. “Nada, pues vayan con Dios. Vengan mañana más temprano y con más dinero”, remataba Pepe estos parlamentos de postín.
Unos que vienen y otros que se van. La vida sigue igual. Y Quitapesares queda para acoger a más gente necesitada de un rato de solaz y bienestar.
ESTO FUE OTRO DÍA.
Un par de dicharacheras parejas, dos amigos que rajan pisándose la palabra, entre risas y bromas, disparates y acercamientos al absurdo. También está un grupo que va sumando efectivos de jóvenes mujeres. Elegantes, muy altas todas. Preparadas, me atrevo a decir, para un día magnífico de celebración. Calentando motores para, quizá, una despedida de soltera o el reencuentro tras tiempo sin verse. Un cuadro variopinto. Vamos, lo normal.
El par de parroquianos se remueven ante la presencia femenina. Inquietos, alterados. “Esto se está poniendo muy rajao… yo me voy a ir porque tengo meno poderío que un watusi (2) en Groenlandia”. El más bajo hace esta declaración de intenciones, aunque, era de esperar, sigue con su caña y en el mismo sitio. No se mueve ni unnnn centímetro.
Las mujeres, ya sí con el cuadro completo, solicitan a los hombres una foto del momento. “Las feas que se quiten” dice él con guasa, porque sabe que ninguna se va a dar por aludida. “¡Las feas no han venido!”, explotan ellas entre risas.
La escena de mujeres a su aire remueve el ambiente con las melenas al viento. Se vuelve uno hacia su compadre, al íntimo espacio de bromas, y exclama silencioso “hay que ver lo que era esto y lo que se ha convertío…”. Añade el otro, intentando atraer al cachondeo al camarero José Mari, “agencia de modelos Perejil”. Lo repite para que no quede duda de que cree muy acertada la denominación. “Si viera todo esto... “, y mira al cielo en inequívoca apelación a don Pepe Perejil. Y ya el camarero tiene que rematar el córner: “cerraba la puerta y… ¡niña, vete a la peluquería!”. Porque, como tantas veces hemos dicho, la buena jarana y el guirigay piden puerta cerrá.
Los dos hombres siguen entre cañas y pensamientos. “Lo que hay que hacé es procrear… o quedarse en el intento”. Pero no son más que cañas y pensamientos y, lógicamente, pagar al final. Andan ahí, que si tú, que si yo. José Mari se dirige a uno de los dos. Al alto, quizá. “El manajé es el que paga. Tú mucho lerel-le y poco liril-li… mira, me las está poniendo como soldaditos”. Moneda a moneda las va colocando hasta conseguir el precio justo y el importe exacto. Su compañero le aclara a José Mari: “te las está ordenando por fecha de acuñamiento”.
Siempre hay uno que quiere la penúltima y, a veces, no es capaz de engatusar al compañero. Se van los dos, en consecuencia. En consecuencia y brevemente. El alto vuelve y con una sonrisa casi infinita pide con claridad “¿tiene una cervecita para llevar… tomada?” Empieza la frase con seriedad y la concluye con esa sonrisa de pillo irredento.
Desde la esquina del mostrador eleva la voz un hombre. Se le ve apresurado y se bebe rápido su caña. El antepenúltimo, el penúltimo, el último. Apurando el líquido rubio, los tragos casi se superponen en el apuro. “Hoy toca recaos. Hoy toca árabe y chino. Árave por esto, árave por lo otro… y chi-no va, te va´nterá”.
LA FOTO DE JUAN GARCÍA AVILÉS.
En otra ruta memorable, esta con mi hija Arantxa, vamos haciendo navegación de cabotaje por tabernas de Sevilla. Hago por mostrarle el mágico barrio de Santa Cruz. Paramos en Las Teresas y en el Plácido y en la complicidad, y en mi afán por imbuir esta convivencia de aprendizaje, disfrutamos infinito. Y vamos a La Goleta, la taberna de Álvaro Peregil.
Echamos un rato… pero bueno bueno. Estupendo. Mi hija ya sabe reconocer los lugares que merecen la pena. Y lo principal que le guía es la calidad humana de los que allí trabajan. El camarero, que hace de todo, le habla de perros y ahí se la gana, pero totalmente. Nosotros andamos con las crías de nuestra perrita Rita y él que con ganas de tener un Staffordshire bull terrier. Bueno, en definitiva, que mi hija está de maravilla y yo la miro con ojos felices y un oloroso en mi mano para aguantarme bien a la barra. Hoy Álvaro anda de reinauguración del Quitapesares tras una reforma de mantenimiento y aguante. Que las tabernas una de las funciones más importante que tienen que llevar pa´lante es la de aguantar las andanadas de la vida precipitada.
En este recoleto lugar encuentro fotos que me pirran. Una de ellas es de un señor al frente de este mismo negocio y es el propio Álvaro el que me cuenta:
“Juan García Avilés era el tío de mi madre. Ese señor en los años cincuenta es el que introduce el vino de naranja en Sevilla. Se jubiló con ochenta años del bar y me lo dejo a mí. Quería que quedara en la familia. Ese señor era un trabajador de mi bisabuelo, sobrino segundo de él, y con catorce años lo saca del pueblo, a trabajar de Manzanilla a Sevilla. Él se va a la guerra, se va al frente, y cuando vuelve le dice el abuelo de mi madre… porque además a él le gustaba coger bares y soltarlos, y le dijo Juan, quédate tú con La Goleta de Mateos Gago. Ya te digo que este hombre montó un montón de tabernas que eran despachos de vino. Le puso La Goleta porque mi bisabuelo tenía viñedos y el pliego de tierra donde tenía mayor parte de vinos se llamaba así.
“Y este hombre se llevó regentando aquello desde el cuarenta y uno hasta el noventa y seis que lo cojo yo. Entonces ya su hijo habló con mi padre y le dijo que ellos no lo iban a coger. Y lo cogimos nosotros”.
“La foto está sacada de un libro de un… creo que un suizo, que hizo un libro muy bonito, que se llamaba Andalucía. Esa foto es preciosa. Tiene un sabor increíble. Si te vas afuera tiene un azulejo Juan García Avilés, navego en su Goleta desde el año cuarenta y uno y murió”.
Otra foto deliciosa, aunque menos significativa para el asunto que se trata, es la del personal que trabajaba en una empresa de madera del pueblo de los Peregil. Pararse y mirar las caras y las vestimentas es un ejercicio de arqueología social. Y por ahí (“en medio de todo ese batiburrillo de gente, es muy curiosa”) anda el abuelo del padre de Álvaro, a la sazón el gran Pepe Peregil.
Hago este añadido antes de terminar, porque creo que los ojos hay que entrenarlos en el buscar. Su natural es conducirse con curiosidad, como el resto de los sentidos. Y hay que darles su espacio y alentar su brío. Busquen, señores y señoras, busquen, porque en Sevilla siempre encontraran.
EPÍLOGO.
En Vagamundo (año 2000, odisea de la irrealidad) parlamentaba Pepe con Jesús Quintero sobre el sentido de la vida. Contaba Pepe la siguiente anécdota. “Entró allí un loco, porque enfrente mi casa paraba el coche los locos. El coche del manicomio de Sevilla, el Miraflores. El loco con más sentío común que toa lahcosah. Inteligente. Me vio cantando. Y al otro día entra y me ve cantando. Y al tercer día entra el tío y me vio cantando. Peregil, la leche que mamate, si fuera canario, qué poco iba a durá un domingo en la Alfalfa (3)”.
“Es que Paco era lo más grande”. Para explicar grandes asuntos de la esencia humana, Pepe acude a un fandango bravío, “Aquel que tiene dinero” (1977):
“Dicen que muere temblando
To aquel que tiene dinero
Dicen que muere temblando
Tan solamente en pensá
Que ha vivíopa ir guardando
Lo que otro gastará”.
“Antiguamente, decía la gente que eran fandanguillos, fandanguillos de Huelva. ¿Fandanguillos?... ¡y se te salen las lombrices apretando!”.
(1) https://elcorreoweb.es/opinion/columnas/pulpon-era-un-senor-EY8001688
“Lo podías ver la misma noche pagándoles a los artistas en el Potaje Gitano de Utrera y tres horas más tardes haciendo lo mismo en el festival más escondido de la provincia de Jaén. Por eso montó el imperio que montó”.
“Pulpón tenía otro estilo. Si te tenía que decir algo nos llamaba para que fuéramos a su oficina de la Campana, mandaba a Mari a por un café y nos preguntaba con mucha educación: “A ver, querido, ¿qué te pasa con El Cabrero?”. No era un matón de barrio, sino un gran profesional. Ni un lameculos de alcaldes pueblerinos, sino un trabajador incansable”.
https://www.abc.es/sevilla/ciudad/sevi-antonio-pulpon-no-nada-querido-201901120818_noticia.html
“Sacó a los flamencos de las cocinas de los señoritos para elevarlos a artistas de postín. Y los sacó para que mostraran la dignidad de su talento y de sus personas. Las cocinas, para los frigoríficos. Y los artistas en el salón con los condes y marqueses. Sin miedo a que, al final del aquelarre de los duendes gitanos, faltara de la cómoda de caoba alguna bandeja de plata para el domund de la necesidad. Si hubiera que buscar un santo patrón para aquel mundillo de gargantas rotas en las ventas y fatiguitas por soleá a final de mes, ese sería, por encima de lo que dijera la Roma católica, apostólica y gitana, el señor Antonio Pulpón . El primer gran representante de artistas de flamenco que puso en postura a cantaores, bailaoras y guitarristas. Un pura sangre que entendió mejor que nadie lo que cantaban los Beatles sobre lo que necesitaba el mundo. Amor. Mucho amor. La cama para dormir. El amor para vivir. En alguna ocasión le dijo al guitarrista y amigo José Luis Postigo, que le había dedicado muchísimo tiempo a trabajar y mucho menos a amar”.
“Empezó con una bicicleta, después se ligó un biscuter, luego se compró un mil quinientos y acabó con dos Dodge Dart de la época que hoy necesitarían las cocheras de Tussam para guardarlos. Llegó a representar a más de quinientos artistas. Postigo, que acompañó a la Fernanda y a la Bernarda, a Chocolate, a José Mercé, a Fosforito y al mismísimo fantasma de Silverio Franconetti, recuerda que, en meses de Feria, su oficina, situada en la cuarta planta de un edificio de la plaza del Duque, los artistas llegaban desde su despacho hasta la calle. Todos querían su representación. Los miembros de Triana, en la casa madrileña de Javier García Pelayo, caricaturizaban el poder absoluto del gran representante cantiñeando con el tono de «Todo es de color», «todo es de Pulpón». Y en realidad así era”.
(2) El término watusi es un antiguo nombre para el pueblo tutsi de África, cuyas tradiciones incluyen bailes espectaculares.
(3) https://es.wikipedia.org/wiki/Mercado_de_la_Alfalfa_(Sevilla)