En la misma medida en que buena parte de la clase política se asegura a pulso, día a día, el descrédito entre la gente del pueblo, en idéntica proporción en la que se pierde la confianza en liderazgos ajenos y en esas incomprensibles disciplinas de partido que hacen que personas aparentemente normales actúen como si se hubieran convertido en zombis de los del “walking dead” de la tele, van tomando cuerpo entre la población rumores, comentarios y sospechas sobre inicios de auto organización del movimiento ciudadano.
Cierta o no la rumorología, su aparición indica sin lugar a dudas una cosa. Que, por suerte o por luminoso azar, todavía no ha muerto la esperanza. Que la mera sospecha de la fugaz aparición de alguna hipotética alternativa creíble, de representatividad o lucha, despierte oleadas de comentarios refleja altas dosis de curiosidad latente, léase necesidad objetiva, y muchas ganas de tener algo a lo que aferrarse en un mundo del que nos están excluyendo a golpe de recortes, privatizaciones y reformas que acaban a plumazos con aquello que considerábamos ya tan nuestro como inamovible. Nuestras libertades y nuestros derechos.
Las mareas verdes de los defensores de la enseñanza pública, las blancas de sanitarias y sanitarios que se resisten a los medicamentazos y a la privatización de los hospitales, las rojas de tantos millones de parados, se están uniendo entre sí y con las negras de los funcionarios a los que han aumentado la jornada laboral, suprimido las pagas y congelado el sueldo, las naranja de los servicios sociales, con la dependencia abandonada a su suerte, las violeta de las mujeres contra el maltrato y por la plenitud de sus derechos, las arcoiris de gays y lesbianas…
Todas juntas, tras comprender que los problemas de cada sector son también los problemas de todos, están formando un poderoso sunami ciudadano que pronto veremos tomar las calles en todas las ciudadades de España.
Serán referencia de unidad ciudadana, además, para quienes quieran y sepan verlo.