Hace poco el Tribunal Supremo ha sentenciado que el Gobierno catalán tiene la obligación de ofrecer en la escuela pública la posibilidad de desarrollar estudios en cualquiera de las dos lenguas que han venido a ser oficiales en esa región. Y se trata de una obligación, no de una elección de los poderes públicos. Estamos ya hasta el copete de escuchar las quejas de padres que no pueden encontrar enseñanza en español ni en la pública ni en la privada.
No puede aducirse gratuitamente que odio a Cataluña ni a los catalanes: por el contrario, amo a Cataluña como a cualquiera de las tierras de España, a todas las cuales amo profundamente en su conjunto (creo que como cada cual, en el vasto mundo, ama a su tierra, sin que quepa ningún tipo de descalificación por este motivo, que aquí sí parece de extendido uso) y tengo una perfecta sintonía con los catalanes entre los que cuento con amigos a los que realmente puedo llamar amigos.
Y me encanta la lengua catalana, como cualquiera de las que se hablan en España. Si alguna vez puede dar la impresión de que la aborrezco, es una simpleza gratuita que sólo puede ser fruto de una mala (y siempre malintencionada) interpretación. Lo que sí desprecio y jamás podré arrepentirme de ello, es que determinados grupúsculos la hayan convertido en bandera de su separatismo pertinaz. Y que hayan añadido a ese uso vergonzoso el odio a la lengua española. Como en otras regiones con el mismo empeño centrífugo, se señalan en esta función más que nadie los procedentes de otras regiones de España; es como si creyesen que tienen que hacerse perdonar el no ser de esa tierra adoptiva.
Pero no sólo dañan a España y a los españoles: dañan muy sensiblemente a todos los que tienen que sufrir esa enseñanza obligatoria que les impide expresarse en español. Ignoran estos Montilla (bachiller iletrado) y Pérez (a) Carod Rovira, de cultura muy dudosa, que se trata de la lengua más acabada y perfecta del mundo; y que con ella pueden entenderse a lo largo y a lo ancho de todo el planeta; y, sobre todo, que tiene fondos de cultura como no tiene ninguna otra lengua. Les condenan de esta forma a prescindir de esas cualidades de la lengua española: ni el placer de usar la lengua más perfecta y acabada del mundo; ni la posibilidad de entenderse en la totalidad de la Tierra; y condenados a no utilizar esos fondos milenarios de cultura que no posee ninguna otra lengua y mucho menos las parciales y locales de las regiones.
Pienso que deberíamos de castigar a esos tiranuelos regionalistas a no hablar jamás nuestra lengua; multarlos si les sorprendemos hablándola; castigarlos si algún día les cazamos consultando fondos de cultura en español.
Pero ahí están, de momento: negándose a acatar la sentencia del más alto tribunal de justicia, arrogándose el poder de desobediencia contra todas las leyes posibles.
Y hay otra parte que también hemos de sopesar: nadie les mete en vereda, nadie se ocupa de castigar sus maldades. Ellos desobedecen las órdenes judiciales y los jueces no protestan, los poderes no les reconvienen.
¿No es cierto que el desacato de sentencias judiciales (y muy en especial de las del Tribunal Supremo) constituyen un delito que está tipificado en las leyes? ¿Por qué, entonces, se permiten estos desmanes de tiranuelos iletrados que se arrogan la potestad de desobedecerlas?
Cabe aquí que digamos que tan culpables son los que desobedecen como los que se hacen cómplices suyos y pasan olímpicamente ante sus decisiones ilegales.
Puede que los mencionados tiranos estén convencidos irracionalmente a la sazón de que con el establecimiento de sucursales en el vasto mundo a las que regalan el trato de embajadas de Cataluña vaya a extender tantísimo el uso de la lengua catalana que llegará a ser también una de las más habladas del mundo. Claro que lo de que llegue a poseer fondos inagotables de cultura es cuestión muy distinta y que no lograrán por más que nos engañen con esas representaciones diplomáticas. Y gastan fondos multimillonarios en esta orgía de apertura de legaciones cuando el país está en quiebra, no sólo porque todo el mundo lo está sino porque aquí, sus compañeros de filas a nivel nacional, han hecho tan mal sus tareas que hemos sido capaces de sobrepasar todos los hitos de crisis del resto del mundo.
También hay que tener en cuenta que estas aperturas tan desdichadas servirán para dar pomposos puestos de trabajo a inútiles tan desprestigiados como ellos mismos, a los que recompensarán con salarios y prebendas inauditas, como ellos mismos lo están.