Eduardo reside desde hace tiempo en La Casa Grande, y allí recibe el cariño de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, que también tiene, en torno a la decena.
Hasta la edad de jubilación, y desde que era casi tan pequeño como algunos de sus descendientes en la cuarta línea sucesoria, trabajó en diferentes oficios, entre ellos en una fragua y posteriormente como maestro de obra, construyendo edificios. Por ejemplo la conocida como casa de la Condesa en la calle Mesones. Goza de buena salud y asegura que come de todo. No hay secretos ni pócimas para la prolongada vejez. Simplemente hay realidades esporádicas como es el caso de Eduardo Navarro, el hombre de la sonrisa.