El 6 de mayo de 1919 muere, a los 24 de edad, Jacques Vaché en un hotel de Nantes por sobredosis de opio. Había nacido el 7 de septiembre de 1895. Vaché había sido para Breton, según la expresión de Stendhal, “un maestro de energía”, y también el demonio protector que supo descubrirle el signo del futuro en los comienzos de un siglo que iniciaba peligrosamente su andadura. El 22 de enero de aquel mismo año, Breton dirige a Tristan Tzara una primera carta en la que le habla de su conmoción por la muerte de Vaché al tiempo que le comunica su admiración por el Manifeste Dada 3: “Hacia usted se vuelven todas mis miradas (no sabe usted bien quién soy. Tengo veintidós años. Creo en el genio de Rimbaud, de Lautréamont, de Jarry; he amado infinitamente a Guillaume Apollinaire, guardo una profunda ternura por Reverdy. Mis pintores preferidos son Ingres, Derain: soy muy sensible al arte de De Chirico). No soy tan ingenuo como parezco”.
Breton supo, gracias a Vaché, lo que iba a ser no sólo el Dadaísmo sino la grandiosa e intensa ruptura de las vanguardias, especialmente in modo gallico; lo supo antes de tener noticias del movimiento del Cabaret Voltaire. Así lo contará en un ensayo titulado “La confesión desdeñosa”, incluido en Los pasos perdidos, libro editado en febrero de 1924, donde recoge textos elaborados entre 1918 y 1923, el cual precede, y de alguna manera anuncia, el Manifiesto del Surrealismo que aparecerá ocho meses después, el 15 de octubre del mismo año.
[Los futuristas, no obstante, se había adelantado a todos. Primer manifiesto en 1909; Manifiesto Técnico de la Literatura Futurista en 1912]
“La confesión desdeñosa” contiene una reivindicación de Jacques Vaché que ha quedado para la historia; un Vaché que no había publicado nada en su vida, pero del que finalmente se editaron un conjunto de cartas privadas. Las Lettres de guerre constituyen un documento fundamental de la escritura libertaria: “Y, además Charlie, naturalmente que hace un rictus, con las pupilas apacibles…”, etc.
La gran obra de Vaché, como escribió Breton, es su propia y exigua biografía: “La fortuna de Jacques Vaché consiste en no haber producido nada. Siempre rechazó la obra de arte, esa cadena que retiene el alma después de la muerte. En el instante en que Tristan Tzara lanzaba desde Zurich una proclama decisiva, el Manifiesto Dadá de 1918, Jacques Vaché, sin saberlo, confirmaba sus principales artículos”.
También Breton declara, en Los pasos perdidos, su adiós a Dadá. Hay en esta despedida como una entusiasmo un tanto enfático que sugiere esa sensación de placer anal muy parecida a la que ciertos místicos del catolicismo experimentan cuando Dios, en la vía unitiva, les mete una espada de fuego por el culo.
Abandonadlo todo. / Abandonad Dadá. / Abandonad a vuestra mujer, abandonad a vuestra amante. / Abandonad vuestras esperanzas y vuestros temores. / Abandonad a vuestros hijos en medio del bosque. / Soltad el pájaro en mano por aquellos que están volando. / Abandonad si hace falta una vida cómoda, aquello que os presentan como una situación con porvenir. / Lanzaos a los caminos.
En este libro-preludio, surgen indicios de lo que será el Surrealismo, como en el ensayo “Entrada de los médiums”. Las sesiones de sueño provocado, igual que los ejercicios de escritura automática, habían empezado antes de 1924, en la fase de transición de Dadá al Surrealismo; y, ya desde 1919, Breton, condicionado por su formación psiquiátrica, se interesaba por los llamados estados secundarios: “Mi atención se había fijado en las frases más o menos parciales que, en plena soledad, a la espera del sueño, llegan a hacerse perceptibles al espíritu sin que sea posible descubrirles una determinación previa. Estas frases, muy gráficas y de una sintaxis perfectamente correcta, me habían parecido elementos poéticos de primer orden”. La estrella de estas memorables veladas era, sin duda, le poeta Robert Desnos, cuyas características psíquicas lo hacían especialmente apto para estos fenómenos.
El hipnotismo y el sueño inducido eran técnicas psicoterapéuticas que los surrealistas aprovecharon para indagar el fondo más oscuro de la mente humana. Todavía se creía en la mente. Respecto al espiritismo, no se admite como un proceso destinado a establecer comunicación con el más allá, sino como método de análisis grupal cuya parafernalia favorece la liberación de las más secretas fuerzas del subconsciente. En el mismo sentido, totalmente desprovisto de connotaciones trascendentales, serán incorporados, más tarde, ingredientes tomados de la magia, el ocultismo y el gnosticismo, de los que se valora, sobre cualquier otro aspecto, el potencial estético innegable.