En campaña electoral vale todo. Todo menos el rigor, que viene a resultar algo incómodo en los debates palabreros y los discursos de cartón piedra que están caracterizando la campaña para las elecciones europeas del domingo 7 de junio...
En campaña electoral vale todo. Todo menos el rigor, que viene a resultar algo incómodo en los debates palabreros y los discursos de cartón piedra que están caracterizando la campaña para las elecciones europeas del domingo 7 de junio. Decimos “elecciones europeas” porque ese es el pretexto facial de la convocatoria, aunque en realidad son completamente provincianas en los contenidos aireados cada día por los candidatos y sus correspondientes terminales nacionales.
Una buena prueba ya la tuvimos en el primer debate televisado de los dos principales actores del 7-J, los ex ministros López Aguilar (PSOE) y Mayor Oreja (PP). Del interés que lograron despertar entre los ciudadanos sirvan las pobres cifras de seguimiento del debate, publicadas al día siguiente, muy por debajo de los propios índices de audiencia media en la cadena que lo emitió. Habría que hacer un enorme esfuerzo para suponer que alguno de los dos pudo convencer de algo a quien no estuviera ya convencido por fidelidad a unas siglas. Los dos fueron previsibles en la difusión de su imagen respectiva, sobradamente aireada. Aguilar, el progre. Mayor, el reaccionario. Sin embargo, el segundo fue más eficaz a la hora de movilizar a la propia clientela que Aguilar a la suya. Por razones de comunicabilidad. El lenguaje de Mayor Oreja resultó más directo, más eficaz. Y, por tanto, más rentable en términos de movilización de voto.
De contenidos, ni hablemos. Ninguna novedad. Ningún cruce dialéctico realmente interesante. Ninguna propuesta original. Todo viejo, previsible, manido. De un lado, la caracterización del Gobierno Zapatero como una máquina incansable de producir parados, elaborada por Mayor. De otro, la imagen del PP como partido de estirpe franquista que trata de frenar los avances sociales, vendida por Aguilar. Amén de las cansinas apelaciones al pasado de unos y otros, socialistas y populares, en la consabida clave del “y tú, más”. Y entre col y col, estúpidas controversias de elaboración sobrevenida aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. A saber: el falcon del presidente, las subvenciones de Chaves y las confesiones parlamentarias de dos ministras en apuros por culpa de la gripe. Las tres, fletadas por el PP con la esperanza de achicar espacios mediáticos al desdichado caso Gürtel y ensanchar el paisaje de los cerros de Úbeda para Francisco Camps.