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Lunes 18/11/2024
 
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Sevilla

Sevilla debe las Atarazanas a Fernando III y a los militares

Hallazgo del profesor Pérez Mallaína en su magna obra de un millón de palabras sobre el edificio, que revela que no era de la época de Alfonso X

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  • Reales Atarazanas -

“Las Atarazanas son Sevilla y Sevilla son las Atarazanas, su historia”, concluye el profesor Pablo Emilio Pérez Mallaína, catedrático de Historia de América, e investigador, de la Universidad Hispalense. Han sido más de dos horas de charla distendida, llenas de revelaciones en torno al monumento civil más antiguo, importante y grandioso de la ciudad.

Ha cruzado las manos subrayando su conformidad con esta especie de tautología que está enraizada en la que ya es su magna y esperada obra sobre el astillero medieval. No es un simple juego de palabras, es una afirmación de calado extraordinario.

El autor de la más extensa y trabajada carta de amor a su ciudad (“dejé de mirar cuando el contador pasó de las 990.000 palabras”, se sorprende risueño), a lo largo de ocho largos años de investigación continua, explica que ese monumento (“me atrapó desde la primera vez que entré, me interpelaba, los edificios hablan, y Las Atarazanas tenían casi todo por contar”) es exactamente el fiel reflejo de la ciudad y sus gentes, de su devenir histórico, político y social, con sus claroscuros, sus esplendores, sus miserias y sus grandezas y sus peores horas bajas, sus desganas, sus olvidos, sus secretos y sus aspiraciones, sus enfrentamientos, sus ignorancias e incomprensiones, sus desdenes… y tantas identidades que la urbe y sus habitantes encierran.

Cuando iniciamos la conversación me corrige: “No, las Atarazanas no son de Alfonso X, las Atarazanas son de Fernando III. Él las proyectó para su política expansionista y defensiva en el Estrecho y el Norte de África, y su hijo recibió de buen grado ese encargo, como herencia que cumplió fielmente”. Y desgrana tal “novedad” en los datos históricos, biográficos y cronológicos, y los concreta con la secuencia temporal y gramatical que recoge la placa de mármol blanco de la inauguración del monumento.

No menos extraordinario se me antoja que realmente lo que consideramos Atarazanas no eran sólo 17 naves. “Su perímetro inicial -me explica- incluía esos casi 18.000 m2 de la estricta zona fabril, y además la zona de la ahora llamada Casa de La Moneda (antigua Atarazanas de los Caballeros), otros 10.000 m2, naturalmente con la Torre de la Plata y del Oro en su recinto, con la linde en la Puerta del Carbón, más toda la Resolana del Río, es decir la zona del arenal situada delante, hasta la orilla del Guadalquivir, unos 30.000 m2”.

Únicas

Y más: “No hay duda de que tienen unas características y una morfología únicas: son el astillero más antiguo de Europa, el de mayor tamaño, y especialmente siempre han sido de propiedad real, es decir “oficial”, no de particulares, como los venecianos. Y son mudéjares, no sólo góticas, como el resto de los españoles en las zona mediterráneas: Barcelona, Valencia…”

¿Pero que significó todo ese inconmensurable despliegue para Sevilla, sus gentes, la política de la Corona de Castilla, etc…? Se detiene exponiendo los cambios demográficos que se vivieron en la ciudad, en oficios que ya rebasaban a los anteriores carpinteros de ribera, como los menestrales especializados provenientes de las collaciones de San Vicente y San Lorenzo casi en exclusiva; la llegada de algunos “técnicos” genoveses; en impuestos como los que se pagaban para los galeotes (“siempre libres y bien remunerados, en una tripulación de 200 hombres por cada galera”) y que provocaron algunos “motines” de los sevillanos que contribuían, etc.

Aunque hace hincapié en un el aspecto fundamental: “Sevilla se convirtió en el foco neurálgico de toda la política naval Europea, tanto hacia el sur como hacia el norte (campañas en el Estrecho pero también las de la Guerra de los Cien Años, por toda la costa atlántica europea). Podía fabricar desde 20 a incluso 30 galeras. Y de esas incursiones existen reconocimientos muy favorables tanto de su calidad como de las de sus tripulantes. Y esas levas eran eminentemente autóctonas. La ciudad proyectó su vocación naval y la consolidó durante más de 250 años”.

América

Sin embargo esa larga etapa de febril actividad comienza a decaer en el último tercio del siglo XV, cuando ya se consideran nuevas expectativas hacia el Atlántico que no sólo fuesen el “costear” de las galeras, y que requerían otros navíos más potentes: las naos y las carabelas. Atarazanas sigue reparando navíos, e incluso afianza su fama de artes decorativas de las naves, como sería la galera real de Don Juan de Austria, para Lepanto, expresamente traída a Sevilla para su “embellecimiento”.

Y llega el “relevo”, inesperado, providencial, pues cuando en 1493 el astillero ya languidece en su función inicial, Colón vuelve de su primer viaje, y comienza la carrera de Indias desde Sevilla, ahora como “puerto y puerta de Indias”.

Aunque el edificio siempre albergó algunas otras funciones anexas (como prisión siempre, tanto de capturas en guerras como de personajes españoles tan especiales como el caso de la noble Leonor López Córdoba, conocida por “La valida”, encerrada allí desde los 8 años: “Esa etapa de prisión fue la más terrible de su historia” -cabecea-. Ahora es aprovechado como gran almacén de avituallamiento de la flota de Indias: “Es paradigmática, y la más importante, la expedición a La Española de Nicolás de Ovando, que parte aparejada desde aquí en 1502, con unos 1.500 colonizadores”.

Innumerables las curiosas historias y personajes que se van sucediendo en ese devenir, como la de Zorzo el Tártaro ”, esclavo de esa zona que, recatado y traído a Castila por genoveses, el rey Pedro I, en su “ecumenismo” cultural, toma como amigo, alcaide de las Atarazanas, y finalmente testigo del testamento del propio monarca.

Y en otro salto en el tiempo histórico me releva: “Tenemos Atarazanas gracias a los militares en el siglo XVIII, cuando se establecen allí hasta el siglo XX. Ellos defendieron ese edificio y le dieron nueva función, de lo contrario se hubiese derribado. Y como por su uso militar no se podía construir delante, nos legaron también el mirador que es el Paseo de Colón”.

Se nos ha ido sin sentir el tiempo en el que ha desgranado, tramo a tramo, tantos paralelismos de épocas pasadas con actitudes que siguen vigentes en esta ciudad, esos olvidos y desdenes, ese racaneo de méritos y reconocimientos, de desconocer el valor de lo propio y cercano que nos habita. Y nos debilita, añado.

Un santo, un sabio, dos reyes y un proyecto

La  hermosa placa de mármol blanco conservada en el Hospital de la Santa Caridad (construido en 1641, sobre el terreno de la demolición de cuatro de las naves de Las Atarazanas) conmemora la inauguración de esta gran obra arquitectónica. Su texto, escrito en latín,  traducido por Gestoso,[ dice: “Seate conocido/ que ésta casa y toda su fábrica/ la hizo Alfonso preclaro por su nacimiento/ Rey de los españoles/ Fue éste movido a reservar sus galeras y naves contra las fuerzas del viento austral, resplandeciendo con arte completo, lo que antes fue arenal informe. En la era de 1290” (que en el cómputo cristiano es el año 1251).

Naturalmente ese rey es Alfonso X, recordado para la posteridad como El Sabio, sólo que hay un “pequeño” detalle. Él fue coronado, en Sevilla, el 1 de junio de 1252 (al día siguiente de la muerte de su padre Fernando III, llamado El Santo, y conquistador de Sevilla, donde falleció) lo que mal se compadece con que un año antes “hizo” tal edificación. Es decir Las Reales Atarazanas de Sevilla auténticamente no fueron ni proyecto ni orden de Alfonso, sino de su padre Fernando III, en cuyo reinado ya se debieron iniciar las obras, pues una construcción de tal envergadura no es asunto de pocos meses.

También cuenta que la financiación del acariciado proyecto real se financió con el botín de la conquista de Sevilla, entera epopeya de Fernando III.

A mayor subrayado, el conquistador tenía decidido, en su avance guerrero hacia el Sur (tras realizar exitosas campañas por gran parte de la Península) y con la toma de Sevilla a los musulmanes en 1248,  emprender campañas militares para tomar también el norte de África y prevenir así posibles amenazas que pudieran provenir de esa zona, e incluso restaurar, en la otra orilla del Estrecho, los antiguos reinos cristianos Y para ello decide construir en Sevilla varios bajeles y galeras. (Pablo Emilio Pérez-Mallaina Bueno (2012). «Las Reales Atarazanas de Sevilla, 1252-1493. Un astillero medieval en el extremo occidental de Europa». Descubridores de América. Colón, los marinos y los puertos. Madrid: Sílex Ediciones. pp. 349-367. ISBN 978-8-4773-7739-9
 

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