Un nuevo capítulo se ha escrito esta semana en torno al manido Pepryche. El Plan Especial de Protección y Rehabilitación Integral del Casco Histórico de El Puerto continúa su proceso de elaboración y configuración para convertirse en el instrumento de ordenación urbana que necesita la ciudad. Todos lo dicen y ahí continúa en su dilatación.
“La situación del casco histórico de El Puerto es un cáncer”, con ese titular tan elocuente el alcalde David de la Encina resumía a su entender la realidad que agobia y atosiga a una zona que urge de medidas drástica ante su penoso estado. Desde 1994 se está en trámite en una noria gubernamental sin que se pare, se redacte finalmente y se ejecute.
Toda una generación perdida en un limbo tan absurdo como estéril por la necesidad manifiesta de encontrar un plan que haga revertir el sino de un centro encorsetado y hastiado de trabas burocráticas que enervan y destruye cualquier intento de hacer cambiar la dinámica autodestructiva en la que está sumido.
De la unión de todos se pudiera hacer realidad, para que tanto la imagen lamentable que ofrece sus edificios y fincas como el tejido empresarial, renueve un espíritu mucho más acorde a la categoría de un centro histórico llamado a ser el referente en la ciudad. Mientras su extrarradio se autoabastece en población y recursos económico, el centro reclama su atención para de una vez por todas salga del túnel oscuro del que lleva instalado demasiadas décadas por la inacción.