Dos escalones separan el nivel del suelo con el de la acera de la calle Juan Rabadán, que hacen transportarte en un viaje de 150 años: esa era la altura de la ciudad en 1864, cuando abrió sus puertas la Bodega de San Lorenzo. Y hasta hoy, ininterrumpidamente, sin períodos de ausencia justificada.
Bodega San Lorenzo, a la que sus parroquianos habituales tutean cariñosamente como “la bodeguita” está inmersa desde comienzos de este año en la celebración de su 150 aniversario, algo que pocos negocios hosteleros pueden atestiguar. En sus paredes se cuelga este siglo y medio de vida: albaranes, facturas, anuncios, contratos… donde lo digital estaba por inventar y era el papel quien soportaba la historia. Bajo los cuadros, azulejería, maderas y escayolas originales, que sus actuales propietarios, Anuca y Fernando, han sabido y querido mantener, como parte del sabor añejo del local.
Fue en 1864 cuando una familia de montañeses abrieron por primera vez estas puertas. La Bodega de San Lorenzo pasó por diferentes manos hasta que, en nuestros días, a su propiedad responde Bodegas Viñasol, una sociedad fundada en Sevilla en 1946 por Francisco Galisteo, abuelo del actual propietario, Fernando Rodríguez que, con orgullo, responde: “somos un bar centenario que el tiempo se ha encargado de mejorar: manteniendo el sabor y la tradición pero inmersos ya en el siglo XXI”. Tan es así que ha sido el primer negocio hostelero que recibió del Ayuntamiento de Sevilla la distinción de “Establecimiento Tradicional Sevillano”, así como el de ser “Patrimonio Gastronómico de la Ciudad”.
Ahora, 150 años después de su primera y única apertura, estrenan nueva imagen gráfica y se posicionan en internet y en las redes sociales, pero manteniendo prácticamente la misma carta de tapas, que es lo que de verdad importa. Cabe señalar que la receta de la ensaladilla de gambas, esa que buscan tanto sus parroquianos, iba incluida en el último contrato de cesión del negocio.
Nada es casual en Bodega San Lorenzo. Ni tan siquiera su vermut, el que se ha creado una merecida fama nacional y buscan propios y extraños. Todo allí tiene una explicación, incluso el tiempo: desde los años en el que el vino se repartía en burros con alforjas hasta hoy, con la presencia de la marca en las redes sociales. Y a saber cómo acaba todo esto. Porque lo único cierto en esta historia es que a Bodega San Lorenzo le queda aún mucha vida por delante. Lo auténtico no muere ni caduca: se mantiene y mejora.