La dimisión como consejero de Abengoa, menos de dos meses después de su nombramiento, de Miguel Antoñanzas es otra mala noticia para la atribulada empresa. Este directivo, que también preside la eléctrica Viesgo en España (esa es su principal ocupación), es muy cercano a Gonzalo Urquijo, presidente ejecutivo de la compañía desde noviembre pasado.
Urquijo ve cómo ya son dos los consejeros muy cercanos personal y empresarialmente a él que dejan el grupo al poco de llegar. Antoñanzas, de hecho, cubrió la baja que dejó Javier Targhetta en ese mismo consejo. El presidente de Atlantic Copper llegó con Urquijo al nuevo consejo de Abengoa en noviembre, y también duró sólo dos meses en este órgano, como ahora Antoñanzas.
La diferencia está en que Targhetta sí tiene motivos personales de peso para que podamos creernos que salió por “motivos personales de índole familiar”. Antoñanzas ha alegado también “motivos personales”, pero en realidad esos motivos son otros.
El directivo no se cree el proyecto de la nueva Abengoa. Y se va antes de que el tema se ponga peor. Entró el 23 de marzo y, sólo unas semanas después, los bancos que apoyaron el salvamento de Abengoa vendían aceleradamente sus participaciones en la empresa. Notablemente Santander, el banco que decidió que Felipe Benjumea debía dejar la presidencia en 2015 y quien colocó, mediante la influencia de Javier García-Carranza Benjumea (sobrino del expresidente y enemistado totalmente con él), a Urquijo en noviembre pasado.
En Palmas Altas, donde aún sigue la sede de la nueva y pequeña Abengoa, ya se dice que Gonzalo Urquijo va a hacer bueno a Felipe... por lo mal que lo está haciendo. A tenor de que no convence ni a sus amigos, va a haber que empezar a creérselo.
Su carácter prepotente, su desconocimiento del negocio, su falta de voluntad para profundizar en los temas y el hecho de que sólo se apoye en el comité directivo de cinco personas -todas las que tienen indemnizaciones por cese como él, qué casualidad- le están minando día a día.