Madrid marcará el futuro inmediato de la política nacional. No cabe la menor duda.
Pedro Sánchez ha dejado de sestear y ha tenido que bajar al barro para rescatar a su candidato, que goza de un inexplicable prestigio entre las élites de izquierdas pero
pierde electores corrientes y molientes a chorros. La reciente entrevista en el programa de Carlos Herrera, en la que balbuceaba respuestas tratando de escapar del lodazal de contradicciones en el que se iba hundiendo a cada pregunta, sirvió para añadir un nuevo adjetivo al “soso, serio y formal” de su eslogan electoral:
torpe.
Pedro Sánchez ha vuelto a echar mano de viejos trucos para persuadir al personal, en una muestra inequívoca del agotamiento de sus estrategas. Conviene recordar que el primero de todos ellos, Iván Redondo, también fracasó con Monago y García Albiol justo después de anotarse el éxito que muchos pensaban eterno. Nada es para siempre. Sobre todo en política. Más aún hoy, donde un tuit te arruina la carrera o una frase suelta en una sentencia derriba un Gobierno. A estas alturas de la pandemia, el
discurso triunfalista del presidente del Gobierno resulta increíble. Fundamentalmente porque su optimismo con las vacunas contrastan con la información perturbadora que recibimos a cada rato, corregida, matizada, por parte de las instituciones.
Un auténtico carajal, con perdón.
Isabel Díaz Ayuso vuelve a tomar la delantera y retrata al Gobierno y a la Unión Europea al reconocer que, dado que son incapaces de conseguir los viales necesarios,
ha negociado con Rusia la adquisición del fármaco patrocinado por Putin. Juanma Moreno se sumó a esta operación (¡el barón va a rebufo!). Y, finalmente, el propio Pedro Sánchez ha reconocido que valora esta opción, dando un argumento poderoso para votar a Díaz Ayuso: tiene iniciativa y soluciona problemas.
Entretanto,
Unidas Podemos ha decidido que estas elecciones la peleará literalmente en una guerra abierta con Vox inquietante. Su resultado servirá para medir cuántos españoles están dispuestos a pelarse los nudillos y jugarse el tipo por un puñado de proclamas populistas en lugar de defender ideas con la palabra y la inofensiva y civilizada discrepancia democrática. Si Pablo Iglesias no es muy votado, ganaríamos todos. Pero
puede pasar cualquier cosa. Hasta que a Pedro Sánchez le funcione su discurso triunfalista y mentiroso.
El deterioro de la convivencia y la calidad democrática es imparable. La polarización, también. Primero fue el documental de Rociito. Después, el linchamiento al jugador del Cádiz FC acusado, sin pruebas, de agredir con insultos racistas a un jugador negro del Valencia. La investigación abierta por LaLiga niega los hechos y da por cerrado el caso. Pero no basta. D
efinitivamente los hechos objetivos y contrastables no determinan. La realidad es sentimental. La crisis económica de 2008 puso patas arriba nuestro país. La crisis sanitaria nos atropelló sin habernos recuperado. Con un tercio de los españoles frustrados, otro enfadado y uno más despreciando a estos, nada puede salir bien. Y queda un mes hasta las elecciones...