No existe nada más interesante que la conversación de un ser humano con el silencio, el de los amantes que se hablan con la mirada, o el ejercicio de escuchar antes de tomar la palabra. ¡Ojalá conozcamos el día en que no se aticen más abecedarios que el del lenguaje verdadero o el de la mirada amorosa! Beethoven lo tenía claro: nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo. Sin duda, para manejar la palabra antes hay que manejar los silencios. Shakespeare tradujo a poesía la realidad: es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras. Por desgracia, vivimos en una sociedad ruidosa a más no poder, en un mundo que tiene hambre de sigilos, en la que cada espacio, cada momento parece que tenga que "llenarse" de repelentes sonidos y repugnantes alborotos.
A menudo, ni hay tiempo, tampoco lugar, para escuchar y dialogar. Está visto que nada es tan bueno como conversar con el silencio para recordar, para tratar de dar sentido a los recuerdos, para caer en la cuenta de que no eres nada y lo puedes ser todo. También es fundamental saber mirar y verse en esa mirada. Quien no entiende el significado de una mirada tampoco entenderá cualquier otra expresión humana. De igual modo, saber escuchar es el arte más humano, el más genuino, el que injerta la auténtica gnosis. Hace falta, pues, que al planeta tierra vuelvan las grandes virtudes del silencio a descubrirnos, que no se trata de humanizar las guerras, sino de impedirlas; que no hay que decir te amo, sino que hay que amar; que no hay que ser poeta si tienes la oportunidad de ser poesía. Habrá un bárbaro menos.
Ser poesía en un mundo de penas, donde se ignora a los vivos y se tortura a los inocentes, resulta poco menos que imposible. Es cierto que esto de inventar la felicidad en un poema no es difícil, lo complicado es no tenerle miedo a la verdad, vivir lo que supone el verso de donación y tomarle como camino. Hay necesidad de sendas conciliadoras y de caminantes comprensivos. También de seguidores que te devuelvan al paraíso de la autenticidad porque el amor efectivo no es un juego. ¿A quién no le conmueve el amor? Personalmente, me emociona el empuje del Cuarteto Diplomático para la Paz en Medio Oriente. Dicho Cuarteto acaba de pedir a los israelíes y palestinos que conversen. Todos tenemos derecho a ser parte de un Estado y a que se nos respete como ciudadanos de esa nación. La formación de un Estado palestino independiente, democrático y viable, que exista en condiciones de paz y seguridad con Israel y los demás vecinos, es tan justo como preciso.
Ahora bien, conversar sin corazón no sirve de nada. Para llegar a las medidas conciliatorias y mantenerlas, hace falta poner en valor los acercamientos de unos para con otros. Esto sólo se consigue si primero nosotros mismos nos reencontramos como ciudadanos del mundo, y si luego reimplantamos la armonía como derecho y deber. Si fallamos en conciliar la justicia y la libertad, todo estará perdido, también el hilo de la conversación. Conversar por conversar tiene poco sentido. El mundo necesita sentirse acompañado de manos solidarias y de líderes dispuestos a entablar diálogo que fomente la concordia entre naciones. En ocasiones también es preciso ser tolerante con la riada de provocadores. Siempre hay que buscar un punto de encuentro que nos lleve a la armonía. Una paz que más que hablarla, hay que sentirla, vivirla por dentro, cada uno consigo mismo.
El propio hecho de conversar ya es vivir, habitar en compañía de otros. Estamos llamados a entendernos, queramos o no. Pero hay que dejar vivir y entrar en conversación todos con todos. Cuidado con las exclusiones. Por ello, las políticas migratorias represivas que algunos Estados llevan a cabo son puro fracaso. Asimismo, resulta un fiasco interferir en la esencia y en la libertad más profunda del corazón, diciéndole a la persona qué religión debe seguir. No se pueden cerrar los ojos ante la ametralladora de la sinrazón, que tan fiera por cierto invade el planeta. Por otra parte, debemos reconocer -ya sería un paso adelante- que también es muy arduo vivir en un lugar donde no hay gobierno y si lo hay no tiene ley, donde no hay trabajo, sino bombas, kamikazes y todo tipo de violencias. En cualquier caso, por encima de estos desórdenes, debe estar siempre dispuesta esa otra humanidad conciliadora, preparada para el diálogo y para injertar justicia por los senderos de la vida.
Cuántos más ciudadanos se sientan impulsados a participar en la consideración del mundo y de sus gentes, mayor unidad tendrá el planeta. Se puede decir con toda conciencia que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para debatir y argumentos para compartir. Cada persona tiene que sentirse protagonista de su hazaña, para que despierte el espíritu solidario del respeto hacia sí y hacia todo lo humano. Nada nos es ajeno a la especie. El menú de guerra hay que quitarlo de la faz de la tierra. Iniciemos las conversaciones más pronto que tarde, no vaya a cogernos la fecha de caducidad. Pienso que ha llegado el momento de cuidar las palabras, para que no se lastime ningún corazón por más tiempo, y de activar los silencios. Ya está bien de deslumbrar y no alumbrar sabiduría humanística.