En el siglo XIX, la época de los viajeros románticos, la de los músicos que tanto se enamoraron de España y crearon piezas históricas que han quedado para el recuerdo como patrimonio del pueblo, es la época de la pugna entre el absolutismo –que a Francisco de Goya le costó el exilio en Burdeos– y el liberalismo: la pugna entre el grito humillante de “¡Vivan las caenas!” y los gloriosos de “¡Viva la libertad!” o “¡Viva la Pepa!”. Riadas de Historia Contemporánea, de bailes tan postergados hoy por desgracia y que fueron piezas de rabiosa actualidad hace doscientos años.
La cultura dancística le debe mucho a esta Escuela, de la que la esencia musical y de baile en España se nutre.
A nivel emocional, decir que la obra tuvo ingredientes delicados y bellos sería, a mi entender, ajustarse a la primera realidad perceptible que ofrece Permíteme bailarte, con guiños musicales hacia Enrique Granados, Rimsky-Korsakov, Luigi Boccherini, Georges Bizet, Isaac Albéniz, Manuel de Falla, etc. Y también al flamenco, cuando se intuía cercana la finalización de esta sutil exposición artística.
Cada detalle, cada gesto, fueron esbozados según los planteamientos de una cuidada y laboriosa preparación de Aída Gómez, quien ha hecho una labor de encomio en el cuidado de los atuendos y la música, la combinación perfecta de ambos elementos, así como las referencias a cuadros de Goya en el fondo del escenario.
Asimismo, la historia de las artes escénicas le debe mucho a nombres como Antonio, Mariemma o los Pericet, que pasaron por la vida sembrando una suerte de cultura popular marginada con los años por una furibunda noción de consumismo capitalista que exige desprenderse a la fuerza de los recuerdos más emotivos que los maestros dejaron en el imaginario de una hornada de sensibles artistas de la danza que, con justicia, le rinden pleitesía a ellos y en conjunto a la médula cultural de la que surgen o se entroncan tradiciones de gran importancia folclórica de la que deriva un mosaico de esencias musicales.
El recuerdo de dónde se viene históricamente es la palanca propulsora para avanzar en la creación de algo nuevo, cosa que tuvo muy en cuenta la Compañía de Danza Española Aída Gómez.
Dividida en dos partes casi iguales, la primera de Permíteme bailarte narró a la perfección, con el hilo argumental de la música, cómo se concebían los bailes y las danzas de aquellos majos y majas en la que en términos musicales, mediante el empleo de elementos textiles como abanicos o mantones que luego fueron adoptados por el acervo de la cultura flamenca, empezaron a germinar la personalidad de una cierta identidad musical ibérica, si cabe hacer tal abstracción.
La segunda parte de la obra principia con los ritmos penentrantes de Asturias y remata con el Capricho español de Korsakov.
Una coreografía limpia y estilizada, que se basa en los magisterios ancestrales de los dos últimos siglos, fue la magnífica carta de presentación de un elenco armonioso, conjuntando y bello, que hizo bandera de la ilusión por la Escuela Bolera, recuperada a conciencia, liberada por fin de aquellas viejas caenas opresoras.
La fuerza telúrica de la danza ha surgido, en estado puro –y que sirva de precedente– a la luz de la libertad.