La imprescindible página de consulta, formación e información llamada Wikipedia nos ilustra que el personaje de Sherlock Holmes cuenta nada menos que con más de 260 adaptaciones al cine, desde la época muda hasta la cinta que nos ocupa. Ha sido representado bajo los rasgos de Basil Rathbone, Peter Cushing, Christopher Plummer, Michael Caine, Robert Downey Jr, Gary Piquer, Robert Stephens, John Barrymore y un largo etcétera hasta culminar en Ian McKellen que lo encarna aquí.
Por otra parte, Bill Condon, realizador de esta película es un neoyorquino de la cosecha del 55, que tiene en su haber una cinta tan notable como ‘Dioses y monstruos’, que le valió el Oscar al Mejor Guión Adaptado y la igualmente interesante ‘Kinsey’, pero también dos entregas de la saga ‘Crepúsculo’…
104 minutos de metraje. Bellamente fotografiada por Tobias A. Schliessler y con una buena partitura de Carter Burwell. Su guión, de Jeffrey Hatcher, adapta la novela de Mitch Cullin. Ambientada en 1947 cuando el detective, nonagenario y con las facultades intelectuales bastante mermadas, vive retirado en una granja de Sussex con un ama de llaves y el hijo de esta, dedicado a la apicultura. Pero se le cruzarán dos casos del pasado e intentará recomponer las piezas perdidas.
Quien esto suscribe, no ha leído el libro del que sospecha que la cinta es una fiel adaptación. Quien esto suscribe se ha sentido, como animalista, enfadada, y también dolida con la afición del detective. Quien esto suscribe se ha sentido, como feminista, enfadada, y también dolida, con el tratamiento que la historia dispensa a las mujeres. Un tratamiento misógino, e intolerablemente despectivo, en el caso del personaje que la siempre eficaz Laura Linney trata a duras penas de componer. Un tratamiento no menos displicente, y muy sesgado, en el caso del que encarna Hattie Morahan.
Quien esto suscribe no ha experimentado la menor emoción, pese al esfuerzo del eminente Ian McKellen, por el deterioro del protagonista, por su pérdida de facultades, ni por la devastación de una mente otrora prodigiosa. Y cree pertinente exigírselo a la historia. Quien esto suscribe, no encuentra nada interesantes los dos casos, por llamarlos de alguna manera, en los que ni siquiera se atisba algo parecido a una intriga. Quien esto suscribe considera esta una cinta fallida, excesivamente alargada, pretenciosa, falta de ritmo, dispersa, con ínfulas de transcendencia e incluso demasiado elemental.
Quien esto suscribe cree que Condon no ha sabido separar el grano de la paja. Y que, desde luego, no necesitábamos para nada esta mediocre, triste y más bien poco distinguida versión del mítico sabueso.