Jaeneros y castellanomanchegos tiran de sabiduría popular y suelen decir que hasta San Antón, Pascuas son. De hecho, quien se dé una vuelta estos días por la capital del Santo Reino podrá comprobar que los adornos navideños, al menos los públicos, siguen instalados para dar la bienvenida a los cerca de 10.000 corredores que participarán en la cuadragésima edición de la Carrera Urbana Internacional
Noche de San Antón. Uno, que es aficionado a arrastrarse por carreras populares de no más de diez kilómetros y salir indemne en el empeño, considera que estamos ante la más bonita y divertida de las que se celebran en el calendario andaluz superando, incluso, a la Nocturna de Sevilla.
Jaén cuenta con tradiciones muy bien arraigadas y, seguramente, de más trascendencia como la Semana Santa y la Feria, la última (cronológicamente) de las de Andalucía. Sin embargo, creo que nada es comparable con el día en el que se combina lumbres y deporte por las calles de la capital jiennense debido a la trascendencia económica y, sobre todo, social para una ciudad en depresión que depende en gran medida del monocultivo del aceite de oliva y, en menor proporción, del turismo.
Pasear por el centro de Jaén es hacerlo entre maravillas como la Catedral de Andrés de Vandelvira, uno de los ejemplos más valiosos del renacimiento español, pero también entre comercios cerrados. Caminar por el casco antiguo de la capital jienense supone disfrutar de la oferta gastronómica de tasquitas, de los Baños Árabes, de la Iglesia de San Ildefonso o contemplar en la lontananza el Castillo de Santa Catalina, pero también de percibir cierto aire de dejadez, síntoma de la penuria económica por la que pasa Jaén y su provincia, carentes de alternativas económicas que generen empleo. La San Antón no solo beneficia a la capital también a municipios cercanos como Martos, Mancha Real o Torredelcampo.
Ojo, eso sí, con acabar con la gallina de los huevos de oro. Tradicionalmente, la carrera ha estado muy por encima de los organizadores aunque es cierto que el alcalde Julio Millán ha cambiado esa tendencia en los dos últimos años. Aprovechar la cita deportiva para subir los precios en hoteles y restaurantes supone una mala bienvenida a los miles de futuros embajadores que contarán sus vivencias durante esa noche mágica que solo la pandemia pudo interrumpir.